El Refugio de los Cronopios


"Los cronopios, esos seres desordenados y tibios, dejan los recuerdos sueltos por la casa, entre alegres gritos, y ellos andan por el medio."

Julio Cortázar

domingo, febrero 19, 2006

La guerra de las caricaturas

Son millones. Queman las embajadas danesas, portan lienzos contra la irrespetuosidad occidental y han ofrecido dinero por la cabeza de los que iniciaron la batalla. Para nosotros, estas multitudes furiosas de musulmanes son un grupo de locos sin raciocinio, fanáticos, incapaces de entender algo tan simple como la libertad de expresión.

Personalmente, miro algo perpleja el cuadro, y, confundida aún, me atrevo a romper una lanza por la intolerancia, aun a riesgo de recibir una lluvia de pifias. Alguna vez, en un curso de antropología, aprendí a distinguir el etnocentrismo en el que nos movemos. La secularización -por la que abogo y de la que me siento parte- ha hecho que pocas cosas sean sagradas, y en esa falta de misticismo nos movemos por el mundo, vociferando el imperio de la razón pura, creyendo que porque nosotros no respetamos ningún símbolo, nadie debe enfadarse con nuestra libertad avasallante y grosera.

Obligamos a todo el mundo a bailar al ritmo de nuestro desencanto, les imponemos nuestras mujeres semidesnudas a las sociedades en las que el pudor femenino es una virtud, escupimos nuestra compulsión por el orgasmo y el vértigo de nuestro sinsentido a todas las culturas, tratando de contagiarlos de nuestro vacío.

¿Cómo no van a temernos los musulmanes? Para ellos, cualquier representación del profeta Mahoma es haram (pecado), sea buena o mala. Un concurso danés instó a perfilarlo de manera humorística. Lo más sagrado para ellos, después de Alá, es profanado, plasmado en una caricatura -que ni siquiera es tan buena- defendida y usada en camisetas por los políticos de ese (este) mundo.

Alguien decía que la libertad termina donde la libertad del otro empieza. Así, nadie puede quejarse de que los iraníes hayan convocado a un millonario concurso para hacer caricaturas burlándose del holocausto. Nuestra consigna de que 'todo es permitible' expone a las otras civilizaciones y a nosotros mismos a vejámenes de proporciones. Me parece que nos estamos pareciendo a esos matones de colegio que, a motivo de nada, decían a un compañero que iba pasando tranquilo alguna obscenidad sobre su madre o su hermana.

No soy la defensora del islamismo, ni de ninguna religión, menos si ampara el terrorismo -así como lo amparó durante siglos la iglesia católica-, pero en medio de este griterío general me pregunto si realmente son ellos los malos de la película y nosotros los jovencitos. Me pregunto qué tan invasivos nos ven con nuestra libertad, desprejuicio y relativismo, y qué tan irracional es que ellos se defiendan, así sea del peor modo, de la enajenación y el descontrol que alegremente les ofrecemos, sin siquiera lidiar con él nosotros mismos.

lunes, febrero 13, 2006

Cinco extraños hábitos tuyos

Me invitaron a jugar a esto de revelar las propias rarezas. Hago el esfuerzo, aunque seguramente lo que es de verdad enfermo no soy capaz de verlo -lo que lo hace más patológico. Confío en que no por eso me dejen de hablar, aunque nunca se sabe...

Una de las cosas más incomprensibles que hago siempre es comprar manzanas confitadas. Sucede que no me gustan. Cada vez que me cruzo en el camino de una manzana confitada siento que se me acelera el corazón, y que ese rojo-rojo-rojo de la confitura es lo más delicioso e irresistible que hay sobre la Tierra. Me imagino mordiendo la manzana en ese mar de azúcar colorida y se me hace agua la boca. Sé, racionalmente, que no me gustan, que el confite es malo y que me bastará el primer mordisco para arrepentirme, pero no hay caso. Las manzanas son rojas-rojas-rojas y ahí voy de nuevo: siempre las compro. Las pruebo ilusionada hasta que se me quedan los dientes pegados a la fruta y luego entre sí. No puedo hablar en cinco minutos y cuando por fin estoy libre del caramelo, la regalo a alguien que esté conmigo y prometo no comer de esas cosas horribles nunca más. Hasta que veo otra.

Duermo todo el tiempo con la luz prendida. Le temo enormemente a la oscuridad, aunque nunca me ha pasado nada. En las casas de campo, por ejemplo, no puedo transitar entre dos habitaciones si hay un pasillo oscuro. Este miedo lo he tenido toda la vida, y cuando era chica mi familia decía que se me quitaría al crecer, pero no fue así. Hubo un momento en el que tenía que dormir con la lámpara y la radio prendidas. Creo que estoy en una etapa evolutivamente más avanzada, porque ahora sólo prendo el televisor en mute. La luz de la pantalla me tranquiliza. Le pongo el autoapagado, que me parece uno de los mejores inventos del último tiempo, así no me doy cuenta del momento en el que quedo a oscuras. Pero si me despierto de madrugada tengo que prender el televisor otra vez. Rareza: la fobia desaparece cuando duermo acompañada.

Colecciono mariposas, pero, sobre todo, colecciono palabras que designan, en distintos idiomas y dialectos, a las mariposas. Creo que tengo cerca de trescientos términos. Siempre las miro, las trato de pronunciar y las saboreo. Me gustan mucho, pero hay unas que me gustan más: "farfalla", por ejemplo, o "farasha", o "miresicoletea" o "tximeleta". Hay otra, en cambio, que no me gusta nada: "borboleta". Me parece una palabra demasiado pesada para algo tan ligero. Mi compulsión megalómana me hace pensar que algún día tendré todos los modos de decir mariposa.

No traslado los marcalibros. Mi teoría es que deben quedarse con el libro al que llegaron, porque son objetos vivos, que se acostumbran a un tipo de papel y caligrafía. No es cosa de andarlos llevando de texto en texto. Me gusta reabrir un libro, después de años, y que su marcador esté ahí casi acoplado con las páginas. Me enternece y me permite acceder a dos historias a la vez: la del volumen y la del marcalibro.

Cada vez que me devuelvo porque se me olvidó algo en casa, me siento tres veces. Como todo el tiempo se me quedan las cosas -de puro malintencionadas que son-, el asunto termina siendo un buen ejercicio para los muslos. En mi casa creemos que sentándose tres veces se conjura la mala suerte y podemos irnos felices a lo que tengamos que hacer.

Otros hábitos, como maullar cada cierto tiempo, ronronear cuando me hacen cariño o hablar invirtiendo las palabras, se salvaron esta vez. Elijo para este juego -aunque uno ya me mandó a paseo- a Perplejo, Pancha, Ciudadano Intermitente, La dendrita timbalera y Principio de Incertidumbre, a quien ya deben haber invitado cientos de veces. Hago constar que estan en completa libertad de jugar o no, los quiero igual.

Posdata: Copio las instrucciones para los que vengan:

"(... )El primer jugador de este juego inicia su mensaje con el título "5 extraños hábitos tuyos". Las personas que son invitadas a escribir un mensaje en su respectivo blog a propósito de sus extraños hábitos, deben también indicar claramente este reglamento. Al final, debes escoger 5 nuevas personas y añadir el link de su blog o diario web. No olvides dejar un comentario en su blog o diario web diciendo "Has sido elegido" y dices que lean el tuyo (...)" .

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