El Refugio de los Cronopios


"Los cronopios, esos seres desordenados y tibios, dejan los recuerdos sueltos por la casa, entre alegres gritos, y ellos andan por el medio."

Julio Cortázar

martes, abril 25, 2006

(Reencontrada) alegría del cronopio


-Qué verguenza, cronopio cronopio -dice un cronopio a otro imitando burlonamente el tono de un fama.

El otro, pobrecito, con los ojos importantemente irritados, no sabe cómo explicarse.

-Y sí. Un poco triste, aquí. Desde que se acabaron las alcachofas en mi pared no he podido medir el tiempo.
-¿Y qué has puesto en los agujeros que ellas dejaron? -pregunta el primer cronopio, enternecido.
-Cebollas. Por eso no paro de llorar.


********************************************


Cronopio afligidísimo por tantos meses de escritos tristes. Tapa con los deditos blancos la pantalla, y trata de borrar el blog, pero no se maneja nada y arruina su disco duro en cinco minutos. Quiere escribir algo divertido; sólo se sabe chistes menores y los tira al papelero. Al segundo se arrepiente y los libera en la ventana, donde crecen y se hacen graciosos en un instante.

Por fin, deja un papelito que solamente dice: "Recibo alcachofas. Golpear aquí".

Y se pone a bailar por toda la habitación, saltando como un conejo.

sábado, abril 15, 2006

Viceversa


Yo era una astilla. Una esquirla de vidrio cortando todo lo que tocaba, inaugurando heridas, haciendo sangrar. Era un grito destemplado que venía maquillado de literatura, el veneno decantado por años que mi boca daba de beber.

Yo era una mentira que me convenció a mí misma, un abanico de razones temblorosas que hablaban fuerte, una soga en el espíritu. Yo era un hoyo en el cuerpo por el que se escapa el alma.

Yo era una sonrisa afilada, con sed de dolor, con fobia de dolor, con sangre de dolor. Una pared con consignas llamativas entre los ladrillos. Una fortaleza jugando a ser nido.

Yo era un continente de muertos desaparecidos hasta que instalaste tu biblioteca en el centro de mi república. Tu biblioteca revolucionaria, tus putas estanterías llenas de libros y tu cama sobre la ciudad, en una habitación sin cortinas.

Prescindiendo de filos, fui apuesta y ruego, cartas sin marcar por primera vez en la vida, cuerpo abierto, silencio. Fui paz y suicidio, y mantuve a raya la traición. Pude entender tu rechazo a lo vivo, tus merodeos por tus propios venenos, tus no respuestas, hasta tu devoción por Bertoni. Fui palabras sin estrenar, fui caricia verdadera.

Tú tenías vocación de espina. Antes de que terminara de amanecer manché la cama de venas. Tú te quedaste inmóvil, no dijiste nada más, a tu pesar.

Eras una astilla. Una esquirla de vidrio, un grito destemplado.

Creative Commons License
Esta obra es publicada bajo una licencia Creative Commons.