El Refugio de los Cronopios


"Los cronopios, esos seres desordenados y tibios, dejan los recuerdos sueltos por la casa, entre alegres gritos, y ellos andan por el medio."

Julio Cortázar

jueves, agosto 24, 2006

Red húmeda

"Dame tu saliva", decías, jadeando rapidito, y abrías la boca con los ojos semicerrados, atentos. Dame tu saliva, y hundías tus uñas en mi espalda, alertando la carne que luego ocultaba esas huellas aunque yo las tratara de guardar. Dame tu saliva, con voz baja, bajísima, apenas colándose entre el ahogo y las ganas de tragar.

Dame tu saliva, y me apartabas hacia arriba, para verla venir, bebértela y devolvérmela desde abajo, espesa y blanca. Dame tu saliva, y la magia húmeda que nos conectaba en fluidos desde todos los sitios del movimiento acompasado, sin pausas, sin espacios, sin rejas.

Dame tu saliva; yo complaciendo esa petición de a gotas tímidas que te hacían temblar cintura abajo, y tú gestando palabras irrecuperables que mi oído coleccionó como mariposas invisibles, extintas.

Dame tu saliva y mi boca secándose en noches consecutivas de darte de beber. Hasta la sequedad absoluta, hasta que de pronto no me quedó humedad suficiente para articular una sola palabra, aunque esa palabra fuera fin.

Dame tu saliva y tu garganta inundada de vocablos que germinaban de ese caudal, hasta que yo muda, encontrándome contigo en la calle, mientras tú diciendo mis frases ahora tuyas a todo el que las quisiera oír.

miércoles, agosto 09, 2006

Fábula de los dientes grandes

"Soy un cazador", dijo uno con piel de conejo. "Yo soy un conejo", habló el cazador. Ninguno de los dos supo a quién verdaderamente (no) engañaba.

Se sacó la piel de conejo el que se proclamaba cazador, y desnudo tenía el brillo de las lágrimas el exacto segundo antes de ser lloradas. Se quitó las armas el otro, y sus espinas eran tan precarias que se doblaban. En el mismo nido jugaron a comerse, a no matarse. De esa rara comunión nacieron recuerdos y palabras. "Fui un cazador", pensó el de la piel de conejo, ya desnudo, y el cuerpo comenzó a deshollársele. "No quiero que me devore nadie", pensó el otro, buscando con qué escudarse.

Vino la lluvia con su caudal de noches afónicas y su viento de putamadre.

"Soy una ardilla"; "soy un gato", creyeron los dos conejos a un tiempo, cuando depusieron las armas. Se replegaron calladitos, blancos, orejones, de dientes grandes. Y congelaron el silencio sin reconocerse, extrañándose, sin tocarse.

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