Red húmeda
"Dame tu saliva", decías, jadeando rapidito, y abrías la boca con los ojos semicerrados, atentos. Dame tu saliva, y hundías tus uñas en mi espalda, alertando la carne que luego ocultaba esas huellas aunque yo las tratara de guardar. Dame tu saliva, con voz baja, bajísima, apenas colándose entre el ahogo y las ganas de tragar.
Dame tu saliva, y me apartabas hacia arriba, para verla venir, bebértela y devolvérmela desde abajo, espesa y blanca. Dame tu saliva, y la magia húmeda que nos conectaba en fluidos desde todos los sitios del movimiento acompasado, sin pausas, sin espacios, sin rejas.
Dame tu saliva; yo complaciendo esa petición de a gotas tímidas que te hacían temblar cintura abajo, y tú gestando palabras irrecuperables que mi oído coleccionó como mariposas invisibles, extintas.
Dame tu saliva y mi boca secándose en noches consecutivas de darte de beber. Hasta la sequedad absoluta, hasta que de pronto no me quedó humedad suficiente para articular una sola palabra, aunque esa palabra fuera fin.
Dame tu saliva y tu garganta inundada de vocablos que germinaban de ese caudal, hasta que yo muda, encontrándome contigo en la calle, mientras tú diciendo mis frases ahora tuyas a todo el que las quisiera oír.