El Refugio de los Cronopios


"Los cronopios, esos seres desordenados y tibios, dejan los recuerdos sueltos por la casa, entre alegres gritos, y ellos andan por el medio."

Julio Cortázar

miércoles, enero 17, 2007

La muñeca y el silencio (aquí, Alejandra)

Por Alejandra, la voz más certera de mi invierno.

"Bicho aquí,
aquí contra esto,
pegada a las palabras
te reclamo.
Ya es la noche, vení,
no hay nadie en casa
. . .
Aquí, bichito. Quieta. No hay ventanas ni afuera
y no llueve en Rangoon. Aquí los juegos."


Julio Cortázar


Soy la muñeca con que juega la madrugada. Abro los ojos frente al espejo. Esta desquiciada adolescente no se parece a todos mis años. Es una recién nacida que agoniza de vejez.

Escribir no es una salida, es una trampa. Me pongo pestañas.

Las otras muñecas me miran desde sus estanterías. Son tan bellas, son terriblemente tristes. Son perfectas. Están muertas, están en silencio. En sus rostros estáticos, inexpresivos, está lo único que busco.

Abro el lápiz labial, rosado, y me dibujo una niña en los labios, pero está viva, y la borro y dejo apenas una mancha. La niña palpita en la boca disfrazada de corazón. Prendo una vela. Soy una moribunda que grita de ojeras. En la habitación, apenas un agujero, una pared que tiembla. Maquillo los párpados azules.

La de madera es especial. Es azul, como yo. Es una gota de árbol; un día fue existencia y hoy, fantasma. Me dice bicho, tranquila, no te dejés, dormí un poco, vení, aquí, bichito, aquí. Se lo sabe de memoria. Lo aprendió de Julio (Yulió, disaient les francais... Te souviens-tu, mon frere?), entre los cigarrillos y el jazz. La de madera es especial, y la muy puta está toda pintada pero no quiere que me siga delineando las cejas.

Es honda la noche, como una boca de lobo. Yo no pude decir lo que quise. Yo no supe. El silencio no fue más elocuente.

Es necesario que yo sea una muñeca. Que me parezca a estos rostros fríos y hermosos. Que sea yo antes de mí. Trago una pastilla y otra más.

El vértigo de mirarte en este viaje te hipnotiza, Alejandra, no lo niegues.

Si trago diez perderé la memoria de mi nombre. Será acercarse al no sonido de adentro. Con veinte olvidaré el futuro. Pongo rubor en las mejillas y me separo lentamente del tiempo. Cuento las que quedan en el frasco. Son treinta más.

El frasquito también es perfecto. Cuando está vacío se lo regalo a mi muñeca favorita. El espejo dice que soy idéntica al final de mi monólogo. Me desnudo. Los huesos son astillas luminosas, parezco un pájaro a punto de emigrar. Los ojos callan.

alguna vez
alguna vez tal vez
me iré sin quedarme
me iré como quien se va.

No quiero ir más que hasta el fondo, ser una niña plastificada en la muerte, entrar en una cajita de madera, sin cintas, sin papel. El regalo será, por fin, el silencio.

martes, enero 09, 2007

Punto G


Tienes un virus, dice el ginecólogo, examinando la entrepierna de la impaciente.

- ¿Es grave?
_ A veces. Depende del tipo. Puede generar cáncer de cuello uterino. No en este caso.
_ ¿Y hay un tratamiento?
_ Parcial. Tratamos las heridas que tienes. El virus permanece.
_ ¿Cuánto tiempo?
_ Todo. Todo el tiempo.

Ella sonríe. Es un chiste cruel. Un virus doloroso que se alberga en lo más genital de su existencia, y que no se acaba aunque se haga invisible. Le parece coherente. Más que las encías sangrantes. Más que la conjuntivitis y sus lágrimas continuas. Le parece tan acertado que se asombra de no haberlo sabido ella misma antes.

Piensa preguntar cómo se llama la patología. No lo hace. Él puede bautizarlo como quiera en el expediente; ella conoce el nombre verdadero. Y la dirección. Y el celular.

Creative Commons License
Esta obra es publicada bajo una licencia Creative Commons.