Mariposas
El juego consistía en atraparlas -con las manos, jamás con redes- y metérselas a la boca enseguida. Antes, él tragaba saliva y ahuecaba la lengua. Adentro, las sentía aletear, y casi las podía ver, dejando su polvo amarillo entre las rugosidades del paladar y las encías. Le hacían cosquillas.
Eran sólo unos segundos, y luego abría la boca para verlas salir volando, confundidas y vacilantes, y retomar enseguida su rumbo danzante de mariposas.
Ella llegó un día con su vestido blanco, de percal y bordados. Vaporosa, pequeña, traía sus nuve años asomados a las sandalias. Él apenas la vio, concentrado en atrapar su próxima cosquilla.
- ¿A qué juegas?
- A comer polvo de mariposas.
Y le mostró cómo se hacía. Incluso atrapó una para ella; la niña la tomó, la retuvo en su boca unos minutos y la dejó salir.
- Ahora atrapas otra.
Volvió la chica al otro día, con trenzas y descalza. Él la vio de lejos, pero la ignoró. Acababa de echarse una mariposa en la boca, cuando ella se le plantó enfrente, y cruzó los brazos, resuelta, autoritaria.
- Pásamela.
(Tomada de un cuento catalán, llevado a la oralidad por José Luis Mellado, y re-traicionado en el papel, patudamente, por mí...)