El Refugio de los Cronopios


"Los cronopios, esos seres desordenados y tibios, dejan los recuerdos sueltos por la casa, entre alegres gritos, y ellos andan por el medio."

Julio Cortázar

lunes, octubre 25, 2004

La cárcel de la cama

La mayoría de la gente opina que dormir con alguien que se ama es lo más romántico que puede ocurrirle a un ser humano. Incluso Milán Kundera asegura que el verdadero amor se manifiesta no por el deseo de acostarse con una mujer (que puede ser una pretensión respecto de innumerables mujeres), sino por el anhelo de dormir con una en específico. Asumiendo que todo esto me conmueve realmente, y que en el sentido más emocional del asunto le doy la razón a Kundera, lo cierto es que hay noches en las que quisiera huir hacia una dimensión en la que no existan los cuerpos vecinos.

Más allá de la ternura, en términos brutales, el la cama compartida no es más que una intrusión en un espacio que debería ser exclusivo. Y no me refiero al típico ejemplo de qué sucede si uno quiere dormir y otro ver televisión. No, incluso suponiendo que los dos quieren dormir.

Más de una noche de frío me he despertado tiritando mientras mi compañero, envuelto en las frazadas cual cuncuna, duerme como bebé de pecho. En esos segundos en los que el sueño se alía peligrosamente con la rabia como para hacer alguna barbaridad, francamente me he encontrado tironeando con odio las cobijas y con ganas de exiliarlo de mi cama. Supongamos por un segundo que hace calor. El negocio ya no es apropiarse de las mantas, sino librarse de ellas. Como soy yo la más chica y la menos abundante de la dupla, lo común es que amanezca sepultada bajo una torre de sábanas, frazadas y plumones, sudando como en sauna.

Otro gran problema de dormir acompañada es el factor acoso. No necesariamente de índole sexual -es lo de menos- sino esa extraña manía que tienen los hombres de dormir lo más cerca posible un cuerpo del otro. Al menos los que han dormido conmigo. Un abrazo perfectamente tierno puede convertirse, durante el sueño, en el pulpo de la muerte, cuando el durmiente que abraza se gira levemente y queda casi encima del abrazado(a). Extrañas pesadillas de asfixia y angustia me han hecho despertar morada y a punto de colapsar, antes de comprender qué es lo que sucede.

A todo esto hay que agregar la batalla por las almohadas y los cojines, en las que siempre salgo perdiendo.

Por eso, mi compañero ideal es mi muñeco de Tulio Triviño. Sé que suena tonto, pero es verdad. Es blando, no se queja, no me acalora y no me disputa nada. Le gustan las películas que veo y los libros que leo. Silencioso y sonriente, jamás me despierta a medianoche ni en la mañana para perdirme desayuno. Lo concedo, tampoco me conversa ni me hace cariño, pero nada es perfecto.

Abogo por la cama flexible. Un lecho matrimonial y otro más pequeño al lado. No para los hijos, sino para las noches en las que el sueño es un bien intransable cuya insatisfacción puede poner en riesgo al mismísimo amor.

2 Salenas, treguas y catalas:

At 4:33 p. m., Blogger Livio dijo...

La frase el pulpo de la muerte es genial!!
Alguien tenía que decirlo .
Saludos a ud y a su muñeco.

 
At 10:03 p. m., Blogger Unknown dijo...

No puedo estar más de acuerdo.

Agregaría los sustos extremos cuando el(la) otro(a) en sueños grita o pega saltos de epiléptico.

No mencionaré los ronquidos, pues allí tengo tejado de vidrio.

 

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