El Refugio de los Cronopios


"Los cronopios, esos seres desordenados y tibios, dejan los recuerdos sueltos por la casa, entre alegres gritos, y ellos andan por el medio."

Julio Cortázar

martes, noviembre 02, 2004

El hombre-musculosa

Una de mis grandes amigas me llamó ayer para contarme que su última cita había sido un fracaso. El hombre resultó ser un freak, un machista de primera línea, enamorado de la obediencia y del espíritu militar, de esos tipos que uno se pregunta cómo es posible que sobrevivan en pleno siglo 21. Y sobre todo, que encuentren pareja.

Eso me trajo a la mente una de las peores citas que tuve jamás. Sé que siempre condimento con imaginación las historias, pero juro que esta es íntegramente real (Panchita, para que veas que no eres la única que se encuentra a los subnormales).

Era el verano del 99 y yo estaba recientemente soltera. Después de pololear casi seis años con un mismo individuo, la verdad es que mi disposición era bastante más hacia la diversión que hacia el compromiso. Con mis flamantes 20 años -pordiós, qué cantidad de tiempo ha pasado- partí a la playa en compañía de mi prima menor. En un pub de Algarrobo conocí a un guapo mesero, dulce y simpático, que al final de su turno se fue a sentar con nosotras, sin sacarse su sobrio uniforme de trabajo.

Estudiaba pedagogía en música, o al menos eso fue lo que aseguró. Hacía clases a niños de primero básico, les enseñaba a tocar flauta y guitarra. Por supuesto que me encantó. Hay que considerar que era verano -época en la que nada se toma muy en serio-, estaba en la playa y llevaba demasiado tiempo de exclusividad sentimental como para detenerme a pensar en la conveniencia de concertar una cita con mi ruliento acompañante, así que le pasé mi teléfono cuando me lo pidió y volví a Santiago al día siguiente.

Cuando llegué a mi casa, él ya había llamado tres veces desde Algarrobo y ya mi madre lo odiaba. Ahora pienso que debí escuchar la voz de la experiencia. Los dos días siguientes fueron una verdadera persecución telefónica, que incluyó el recitado de un pésimo poema de su autoría y mi más completo hastío. Anunció que vendría a visitarme en su día libre, y acepté juntarme con él sólo para mandarlo a paseo de frente y cortar el problema de una vez.

Llegué levemente tarde a la estación del metro en la que nos habíamos citado, con una minifalda veraniega y correctamente maquillada (que hubiese decidido darle filo no implicaba rebajar mi imagen). Imagínense mi horror cuando lo veo apoyado en una baranda, echado hacia atrás en su mejor pose de galán de revista porno, y con unos pantalones hiphoperos cuyo tiro le llegaba a la rodilla. Zapatillas enormes, como un par de tanques imponentes y -supongo- hediondísimos. Pelo mojado (¡horror!, como si se lo acabara de humedecer en el lavamanos), lentes cuneteros en la cabeza y (esto es lo peor) una musculosa que le dejaba todas las axilas al aire. Juro que es cierto. Lo juro. Mascaba chicle con la boca abierta.

Creo que nunca más he tenido una sensación de malestar estético como esa vez. Intenté pasar de largo, rápido, y dejarlo plantado (la humillación de saludarlo me parecía intolerable), pero él me vio primero y fue hacia mí con un pegajoso abrazo. Aj. Mientras caminábamos buscando un sitio para almorzar, yo intentaba mantenerme lo más lejos posible del espécimen, que en una tendencia inversamente proporcional a mis deseos, me abrazaba por la cintura cada vez que podía.

Aunque ya no quería ni hablar con él, intenté entablar cierto nivel de diálogo con esta suerte de Illapu sound, pero allí donde yo decía cine, él mencionaba a Jackie Chan, y donde yo enunciaba música, él cantaba a Rá-fa-ga. Salí del local rogando pasar incógnita, seguida de muy cerca por él. Fui a la librería Manantial a comprar un libro, y él quedó embobado frente a una estantería. "Por lo menos algo lee", pensé, y cuando llegué junto a él me mostró la moto que aparecía en la portada de un libro.

Me condené a pasar un par de horas en ese tormento (el tipo había invertido en mí su día libre) y finalmente le mentí que estaba enamorada de mi ex, y que volvería con él cuanto antes. Creo que puso cara de tristeza (no lo recuerdo, en realidad yo no podía sacar la vista de los pelos que se le asomaban por la camiseta), y creo que me pidió que lo pensara. Me fui casi corriendo, y desde entonces no he vuelto a salir con un hombre antes de conocer, al menos aproximadamente, sus gustos.

0 Salenas, treguas y catalas:

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