El Refugio de los Cronopios


"Los cronopios, esos seres desordenados y tibios, dejan los recuerdos sueltos por la casa, entre alegres gritos, y ellos andan por el medio."

Julio Cortázar

martes, enero 11, 2005

Bésame mucho

Hace poco, una amiga se quejaba porque salía con un tipo que le encantaba, y aunque todo parecía marchar sobre ruedas, la aproximación física brillaba por su ausencia. Ella no entendía cómo era posible que un hombre con el que hablaba todos los días (y más de una vez), con el que claramente había onda, insistía en hacerse el desentendido con las demostraciones de afecto. Por esa época conjeturamos toda suerte de teorías truculentas, que resultaron, por supuesto, más interesantes que la realidad: el tipo era un pelmazo, un enrollado, un idiota que no tenía ni pies ni cabeza en su raciocinio.

Esa historia me ha hecho reflexionar acerca de esas incómodas e inquietantes escenas de despedida en las que uno hacía fuerza mental para ver si por alguna de esas casualidades de la vida, la telepatía funcionaba y el objeto del deseo alargaba la trompita como quien no quiere la cosa. Entonces una corría suavemente la cara, también como quien no quiere la cosa y listo, la fiesta empezaba (o terminaba, en algunos dramáticos casos). Pero claro, en la mayoría de los casos la lectura de pensamiento no funciona ni remotamente, y uno se encuentra en la puerta de la casa, mirando para atrás con cara de imbécil y disimulando la frustración con la mejor sonrisa.

Los motivos que tenga el hombre en cuestión para postergar su beso no dan lo mismo, por cierto, porque no es lo mismo para un hombre casado que para uno soltero decidirse a besar a una mujer que le gusta. Ni es lo mismo besar a una alegre niña soltera que a una comprometida. Ni a una conservadora que a una liberal. En fin, la ecuación que tiene que hacer cada pobre hombre antes de estirar los labios hacia el rostro de su acompañante no es nada fácil, y no me extraña que ellos prefieran postergar el disparo a fallar la puntería.

Lo cierto es que, por lo que sea, a todas nos ha tocado poner la mejor cara de "soy besable y no tengo mal aliento" sin que eso surta ningún efecto. Nada peor que esos segundos en los que uno piensa "ahora sí", y él quién sabe qué piensa, porque también alarga chiclosamente los minutos. Hasta que se decide, y no es por el beso. "Bueno, lo pasé fantástico. Ha sido un placer, de verdad". "También para mí", responde una, jurando que es el momento de la verdad. Entonces él se baja del auto y se da la vuelta para abrir la puerta de su copiloto, todo caballeroso. Tiende la mano, uno baja, viene el abrazo de rigor, que tampoco es del todo revelador, pero que puede dejarnos tiritones de todos modos y dice "que estés bien, nos vemos". Y planta su pulcro beso en la mejilla, el muy infeliz.

A la cita siguiente el afán por verse bien es ya una obsesión. Fluyen los perfumes, desodorantes, cremas y maquillajes. Vuelan por la pieza las faldas, los pantalones a la cadera, formales, semiformales, capri, pescadores, petos, blusas, transparencias, gasas, túnicas artesanales. Desfilan los aros, zapatos y carteras. Salimos hechas unas reinas y volvemos igual de lindas, pero todavía sin saber cómo demonios sabe esa boca esquiva.

Hasta que uno se impermeabiliza a la decepción. Llega el día en el que salimos sin tanta parafernalia, total, ni se va a fijar. Nos despedimos tratando de resumir la agonía y justo entonces, justo ese día, justo esa despedida, él se decide y el beso va. Qué triunfo, qué regalo, qué placer. Si recordamos no babear demasiado, ni aspirar hasta que suene como una ventosa, todo sale bien. El alma se ríe y el mundo empieza otra vez a andar.

0 Salenas, treguas y catalas:

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