El Refugio de los Cronopios


"Los cronopios, esos seres desordenados y tibios, dejan los recuerdos sueltos por la casa, entre alegres gritos, y ellos andan por el medio."

Julio Cortázar

martes, enero 11, 2005

El Flautista

Martes, dos de la tarde. En la puerta de Campus Oriente espero micro, haciendo equilibrio con mi bolsón, cuatro libros, un periódico, las monedas para el pasaje y una cocacola light limón en lata (abierta). El sol me mete los dedos en los ojos y maldigo mi suerte por no tener auto, por no ser más fuerte, por no escoger libros más livianos. En el paradero, tres hombres y una chica conversan sobre todas las tonteras que suele hablar uno con sus amigos universitarios. Estudian música. Uno de ellos, cada cierto tiempo toma su flauta y ensaya notas y escalas. Pienso que disfruta lo que hace.

Después de 15 achicharrantes minutos llega la micro y todos subimos. Ellos más rápido que yo, claramente, que tengo que inventarme una mano extra para afirmarme y avanzar por el pasillo convertida en la versión veraniega de un Ekeko. Encuentro un asiento libre y me desparramo sobre él.

El chico de la flauta le muestra el instrumento al chofer y le pregunta si puede hacer música. El chofer asiente, y él entra. Pienso que es todo una broma, típica de los universitarios, que en realidad quiere jugar con sus amigos, y que es todo un chiste. Lo miro, esperando el momento en el que hará un gesto cómplice a sus compañeros, pero no lo hace.

Apoyado en un puesto vacío, se lleva la boquilla a los labios y comienza a tocar. Es una melodía medieval, muy en el estilo Calenda Maia, aunque la flauta no es de madera. Sus dedos bailan por el cuerpo de la flauta con total maestría, él mira hacia abajo. Cada vez que termina una pieza, sus amigos aplauden a rabiar.

Comienzo a pensar que esto va en serio, y en qué sentirá este hombre recién salido de la adolescencia cada vez que se sube a una micro para cubrir sus gastos con lo que le da la gente. Asumo que lo tiene superado, que ya no es un tema para él. Pero debe haberlo sido.

Y mientras más tiempo pasa él con su flauta en los labios, más lo voy amando, más me va encantando, más ganas tengo de darle un abrazo y decirle que es notable lo que hace, y que qué bien que sus amigos cuicos lo acompañen en esta aventura que podría serles tan ajena. La universidad hace maravillas en la gente, pienso. Y también me resiento con el sistema educacional, con la idea de que el crédito no alcance para todos los que lo necesitan, con las viejas desigualdades de siempre.

Termina de tocar su tercera melodía. Los otros aplauden más que otras veces. Él va hasta adelante y explica que pedirá una colaboración, que se paga los estudios con eso, que ojalá nos haya gustado. Dejo todos los bártulos a un lado, sujeto la lata con los dientes y saco unas monedas. Cuando se las paso le digo "gracias", y él se ríe. Casi todos los pasajeros colaboran.

En la siguiente esquina se despide de sus compañeros y se baja en el paradero a esperar la siguiente micro. Una cuadra más allá me bajo yo. El mismo sol me insulta y derrite las calles, pero ya no me atrevo a quejarme de nada.

0 Salenas, treguas y catalas:

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