El Refugio de los Cronopios


"Los cronopios, esos seres desordenados y tibios, dejan los recuerdos sueltos por la casa, entre alegres gritos, y ellos andan por el medio."

Julio Cortázar

jueves, enero 06, 2005

La piel

Hoy me sucedió algo confuso. Fui a una entrevista con un cantante que por estos días es fenómeno de ventas y al final de la reunión me quedé a conversar con el relacionador público del sello en su oficina. El tipo me ofreció una silla y comenzó a hurgar en los cajones en busca de discos para entregármelos y que yo los comente. Y mientras me los pasaba, y me explicaba de qué se trata cada álbum, los ojos se le deslizaban desde mi rostro hacia abajo, y pasaban descaradamente por mi cuello y hombros para estacionarse adivinen dónde. Por supuesto. Al poco rato el asunto ya era tan evidente que simplemente pasaba de mis ojos a mi escote sin mediaciones. O más bien, de vez en cuando se acordaba de que yo tengo ojos. Con lo patuda que soy, no me atreví a decirle nada. El lenguaje seguía de lo más laboral, pero su cara era indesmentible.

¿Que nunca falten los pasteles? Es cierto que mi polera de hoy es escotada, y es cierto que los escotes son llamativos. Pero de ahí a creer que mi pechugas son un televisor, hay harta distancia. A todas nos ha pasado.

Y si en la calle o en la micro el asunto es incómodo, triplemente incómodo es en el metro, donde por obligación todos los cuerpos están apretujados y los ojos tienen pocas rutas posibles. En las tardes en las que regreso a casa (olvídenlo; en las tardes, cuando voy a algún carrete) siempre hay alguno que se asoma por encima de mi hombro y asume una perspectiva privilegiada, que yo interrumpo con cara de odio y un ostentoso acomodo de la polera, para cubrirme. O el psicótico de turno que tengo face to face y que no tiene ni siquiera el tino de disimular su descaro.

Las faldas en invierno son también materia de descarado vitrineo. Los tipos se sientan enfrente y de pronto uno no es más que un par de pantorrillas o muslos al descubierto. Se instalan como en función de teatro, se giran sin pudor o hacen los típicos comentarios unineuronales de rigor.

No quiero hacerme la mina; simplemente dejo constancia de un comportamiento recurrente que más de una vez tuve que hacer notar hasta a mis amigos. Uno de ellos, tiempo después, me aseguró que en realidad no me miraba las pechugas, sino el collar, y el lindo bordado de mi polera. Al menos lo intentó, y en honor al intento, yo fingí que le creía.

Me gustan las faldas, me gustan los escotes, me gusta la piel al descubierto, así como a cualquier mujer joven. Pero eso no significa que esté dispuesta a estar en vitrina para la tropa de frustrados que transita cada día por la ciudad.

(Igual los discos están buenos).

0 Salenas, treguas y catalas:

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