El Refugio de los Cronopios


"Los cronopios, esos seres desordenados y tibios, dejan los recuerdos sueltos por la casa, entre alegres gritos, y ellos andan por el medio."

Julio Cortázar

lunes, febrero 14, 2005

El edificio del terror

Son las seis de la tarde del martes de mi tercera semana de vacaciones. El sol chamusca los árboles sin compasión y yo camino hacia mi cita, en Huérfanos con Brasil. A las 18:00 horas veré a un amigo que me entregará fotos de nuestra estadía en Madrid y tomaremos un jugo o un cafecito. Miro el reloj y tengo 15 minutos de tiempo todavía, así que decido entrar a una tienda de vintage que está en un segundo piso, en toda la esquina.

La puerta del edificio está abierta. Por dentro, un cartel pegado en ella ordena: cierre suave. Lo leo un segundo después de soltar la madera que va a estrellarse contra el marco y se cierra de modo inapelable. Me reprendo mentalmente pero pienso que de la tienda me abrirán. Subo la escalera y en la entrada del local una sorpresa: está cerrado. Hasta tiene un candado y una cadena. Maldita sea.

Bajo, aprieto el botón de apertura de la puerta y, por supuesto, no funciona. Subo, otra vez, por inercia, y decido que tendré que golpear otro departamento para que me abran. Toco en la puerta junto al local, pero nadie abre. Golpeo otra puerta en el otro lado del piso. Nadie. Junto a esa puerta, hay otra, pero parece ser del mismo departamento. Subo la escalera y toco el timbre en los dos departamentos del segundo piso. ¿Adivinan? Nadie.

No entiendo cómo alguien deja abierta la puerta de un edificio en el que no hay personas. Nuevamente voy hasta la entrada del edificio. Forcejeo, en un movimiento tan inevitable como inútil. Saco mis tarjetas de crédito y empiezo la tarea de abrir con ella, de atrás hacia adelante. no pasa nada. Saco mi llavero y pruebo cada llave en la cerradura. No way. Miro la hora. Son las seis dos minutos. ¿Quién me manda a entrar a ver ropa en vez de sentarme tranquilita en el banco de la plaza Brasil? Tamadre.

Subo al segundo piso (es el viaje número mil, siento), y llamo otra vez a la puerta, sólo por si las moscas. No me contestan y, también por si las moscas, giro la manilla de entrada, que ante mi asombro, cede. La puerta se abre -en realidad la abro- y todo el departamento surge ante mi vista. Me da pudor la intrusión que protagonizo y cierro. Espero un minuto y toco otra vez, abro mientras sigo golpeando y por fin digo "¡Alóooo!" No hay nadie. Me convenzo, cierro. Después decido que las cosas son por algo, así que abro otra vez, entro un par de pasos hasta el citófono y aprieto el botón del portero que, recuerdo entonces, no funciona. Shit. Descuelgo una llave que hay cerca de la entrada, cierro y bajo a probarla. No es. Subo, cuelgo la llave y cierro.

Llamo a mi amigo y le explico que estoy secuestrada en un edificio y que ya le contaré. Abro una vez más el departamento. La ventana del dormitorio da a la plaza y pienso por un breve segundo en descolgarme a lo gatúbela. Miro mi falda nueva y lo descarto. Desesperada sí, pero digna. A estas alturas odio al que dejó la puerta abierta.

Después de mucho pasearme sin decidirme a nada, entro de frentón al departamento. Bien iluminado, amplio, hasta podría yo vivir aquí. Mientras, no dejo de pensar que esto es una cámara indiscreta. Pero descubro que la segunda puerta que toqué pertenece a este mismo departamento, y que, por lo tanto, la tercera puerta, que no toqué, puede y debe ser otra vivienda. Salgo rauda, cierro y toco con vigor. Una mujer sale con cara de dormida y yo quiero besarla. Le explico que estoy encerrada, y todo en su actitud me indica que me odia. Yo, en cambio, la adoro. Y arrastrando los pies baja. Sé que me maldice en silencio, pero me abre.

Respiro el aire libre otra vez y a paso acelerado llego, diez minutos tarde, al lugar de encuentro. Él ya está ahí y me pide que le explique. Se ríe el resto de la tarde de mi historia y yo lo odio porque, de haber sido claustrofóbica, habría sido un espanto. Sonrío con sus chistes mientras me prometo nunca más cerrar una puerta sin saber si la podré volver a abrir.

1 Salenas, treguas y catalas:

At 3:51 p. m., Blogger Pancha dijo...

Xime, definitivamente este es el tipo de cosas que sólo le suceden a alguien una vez cada 100 años...o que se atreva a contarlo.
Jajjajajaaja

 

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