El Refugio de los Cronopios


"Los cronopios, esos seres desordenados y tibios, dejan los recuerdos sueltos por la casa, entre alegres gritos, y ellos andan por el medio."

Julio Cortázar

martes, agosto 09, 2005

Matrimonio (comedia en dos partes)


El sábado pasado fui a un matrimonio con el Mati. Esa oración, que parece tan simple, me costó en realidad bastante más que lo que podría suceder, aunque, a fin de cuentas, terminamos riéndonos de nosotros mismos, como siempre.

Capítulo I: la ropa

El Mati me pidió que fuera con él por embrolladas razones que no viene al caso detallar. Como la buena amiga que soy (y porque no es fácil resistirse a comida y baile gratis) le dije que sí, pero en ese momento comenzó un pequeño calvario: mi falda regalona para casos así estaba en un lugar bastante alejado de mis posibilidades cotidianas. Para decirlo claramente: se había quedado en casa de Barny (que no es un dinosaurio) tras una animada fiesta para celebrar los 60 años de su padre. El asunto suena simple, salvo por un detalle: con Barny tuvimos una amistad íntima que terminó en perfectas condiciones formales, pero me dejó a mí en pésimas condiciones reales. Es cierto que fue hace dos meses, pero eso no hacía menos incómodo llamarlo para pedirle una prenda que se quedó en su habitación tras una noche compartida. Me daba bastante pudor, en realidad, aunque mi necesidad de la falda fue más fuerte. Lo llamé y él –que es todo un caballero- prometió llevármela.

El sábado en la mañana supe que la espera no era el mejor método, y le pedí a mi mamá que me acompañara a su casa (en el otro extremo del planeta). Lo llamé para avisarle, pero dormía. Tres minutos después me telefoneó y me ofreció irme a dejar de inmediato esa maldita falda. Una hora más tarde estaba en mi casa con su familia en pleno y la bolsa en la mano. Qué bochorno.

Superado el trauma, tenía lo principal. Pero, horror: faltaban blusa y zapatos. Una tarde completa en el mall, el sábado antes del día del niño; habría llorado a gritos. Unos zapatos puntudos hechos como para mujeres con un solo dedo enorme en cada pie, y altos como si fuera la competencia de quién se destruye antes el empeine me hicieron desistir. Iría con las sandalias negras de charol. Con las blusas era lo mismo: entre tanta liquidación era imposible encontrar una blusa de fiesta linda. Misión abortada. Mi polera regalona y punto.

Capítulo II: la fiesta

Después de todo conseguí mezclar los accesorios para verme digna. Mi blancura, eso sí, era preocupante. El Mati llegó perfectamente vestido, con sus colleras ocultas (le dijeron que la gracia era lucirlas, pero no hizo caso, y compró una camisa prácticamente de manga corta), y dijo los piropos de rigor.

A la entrada del hotel donde sería la fiesta me acordé de preguntar los nombres de los que se casaban para no pasar de colada y rota, pero terminó sucediendo igual. En la entrada del salón estaban los padres de los novios, pero los mozos y el personal del hotel estaban también tan elegantes que pasé de largo, creyendo que eran parte del staff. Sólo comprendí mi horrible error cuando Matías los saludó efusivamente. 500 puntos menos para mí.
Nos sentamos y yo me prometí portarme como un ser relativamente normal. Pero llegó la oficial del registro civil y era tan gracioso el modo en el que hablaba, como en un sermón grabado, que no pude evitar reírme, y poner caras con los ojos cruzados, lengua afuera, ahorcada, ceja arriba y toda la variedad de muecas que uno pueda imaginar. Mi amigo me suplicaba silencio y discreción, pero su risa me demostraba que opinaba lo mismo que yo.

Durante el cóctel –una sucesión de misterios que probé y derivé a mi amigo-, los compañeros de trabajo del Mati se acercaron para interrogarlo sobre su nueva pega y hacer los típicos alardes que hacen los hombres. Por supuesto, quisieron saber la naturaleza de nuestra relación, y él se divirtió haciéndoles creer que estamos ad portas de casarnos nosotros mismos para dejarlos conformes en su morbosidad Opus Dei. Descubrí que es un excelente actor.

Lo terrible vino en la cena: nuestra mesa era para cuatro, pero la pareja que nos acompañaría no había ido. O sea, solos al medio del salón. Frente a los novios, que eran dos perfectos desconocidos para mí. Cada vez que el novio hablaba, agradeciendo la presencia de TODOS porque cada uno era importante y había sido especialmente invitado, algo como un vacío en la guata me impulsaba a mirar mi copa. El momento crítico fue el de la foto: mientras posaba frente a la cámara, me parecía oír a los novios en 10 años más, cuando se separen, discutir acerca de quién invitó al par de pelagatos. Esa sola imagen me hacía sonreír.

Siguiendo con nuestra etiqueta de “los solos de la fiesta”, nos pusimos a bailar sin pescar a nadie más, y nos divertimos bastante. También conversamos, lo malo fue que nos pusimos a discutir con tanta vehemencia sobre el mercado profesional que el novio llegó a preguntarnos si estaba todo bien y si alguien me había tratado mal como para que yo estuviese tan enojada. El Mati explicó que yo soy una enfática y todo quedó en nada.

Al final, el balance fue positivo, aunque no me cabe duda de que nos ganamos un par de enemigos nuevos. Por suerte el Mati ya no trabaja con ellos. Para la próxima, si alguien me quiere invitar, que me avise con tiempo, o que lo piense dos veces.

4 Salenas, treguas y catalas:

At 11:04 p. m., Anonymous Anónimo dijo...

esa es la gracia de los amtrimonios (mientras ean ajenos :P)

Me gustó tu blog mucho
por tu forma de narrar
Saludos
Nefele

 
At 10:40 a. m., Blogger unsologato dijo...

Saludos croponia cronopia!!!

Cuando regrese por acá maullaré mas fuerte, puede que me ayude Brahms...

Ósculo felino.

 
At 12:45 p. m., Blogger unsologato dijo...

Este ronroneo es por tu buena escritura... anduve merodeando tus tejados... gracias por el poema...

siguen los saludos felinos... (sí... todos los gatos somos cronopios)

 
At 12:31 a. m., Blogger Cazador Oculto dijo...

me ha gustado su prosa seguire pasando por aca .
Siempre me pregunto como hay mujeres que usan esos zapatos horribles puntudoincomodo que describes.

 

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