El Refugio de los Cronopios


"Los cronopios, esos seres desordenados y tibios, dejan los recuerdos sueltos por la casa, entre alegres gritos, y ellos andan por el medio."

Julio Cortázar

jueves, diciembre 30, 2004

En la vida hay olores que nunca pueden olvidarse...

Ayer, cerca de las seis de la tarde, de pronto sentí unos deseos incontenibles de comer tostadas con mantequillas. Y resulta que ahí nomás, metida en una horrible oficina con olor a aire recirculado un millón de veces, pude evocar sin problemas el aroma de las tostadas recién hechas, con mantequilla tibia deslizándose por la miga. Uf. Casi se me reventó la hiel. Más allá del hambre circunstancial que me trajo esa imagen casi erótica, me quedé pensando en lo importantes que son los olores.

Yo, por ejemplo, reconocería a dos personas sólo con mi nariz (que por chica que sea funciona bastante bien): a mi mamá y a mi abuela. Sorry, he conocido los olores de mis hombres, pero nunca de ese modo. Lamento no calzar con el cliché, pero supongo que los motivos son de lo más animales. Fueron las dos mujeres que tuve más cerca durante mi lactancia y mi niñez.

Es curioso cómo uno va fijando perfumes y asociándolos a gente. Cuando yo era chica, mi papá usaba una colonia que se llamaba English Lavender, y juro que hasta el día de hoy el aroma de la lavanda me recuerda a mi papá, y me hace retroceder años y años. Me pasa lo mismo con el aceite emulsionado, que mi mamá usó siempre por kilos para lubricarse la piel.

Estoy segura de que a ustedes les pasa lo mismo. Apuesto que si digo una serie de palabras, pueden recordar sin problemas el olor, y lo que les evoca. Pasto recién podado. Tierra mojada. Limón. Café. Frambuesas.

Por supuesto que tener nariz también lo expone a uno a una serie de desagrados. Yo, por ejemplo, odio el olor del látex. Ese olor que tienen los globos nuevos, las bandas elásticas, los preservativos (ah, ahora ningun@ se acuerda). Es un olor que ahoga, que no se sale de las manos en horas. En mis clases de pilates usamos esos elásticos gigantes, y tengo que salir volando cuando termina la hora a refregarme las manos como enferma, pero igual. A las doce de la noche me huelo las manos y ahí está. Ajjj.

Podría extenderme en olores desagradables, pero no quiero asquear a nadie, que bien sabemos cuáles son las oleadas nauseabundas que nadie soporta. Aun así, creo que hay excepciones. Que los padres, por ejemplo, pueden llegar a querer incluso el olor de leche cortada que constantemente vomita su bebé. Amor elemental, que le dicen. Como todavía no tengo guagua, no me he encariñado con ese vago hedor a quesillo, pero debo confesar que la caca de caballo es algo que me fascina. Respirar establo. Ya sé que suena insano, pero, insisto, todo depende del recuerdo que se evoque.

viernes, diciembre 03, 2004

Mijita Rica

Camino por El Bosque hacia Lota. Un hombre se cruza en mi camino y, sin más, me dice un "piropo" que en realidad es una grosería irreproducible, aun para mí. Incapaz de responder nada con la rabia y el bochorno, sigo mi ruta, cada vez más furiosa, cada vez con más ganas de sacarle las amígdalas con una cuchara.

Yo no sé quién les dijo a los hombres que es bueno piropear a las mujeres. No sé de dónde inventan que hay algún misterioso derecho que les permite calificar, invitar y vitrinear descaradamente a cuanta pobre tipa se les cruza por el camino. Incluso hay algunos que aseguran que las mujeres se arreglan para ser piropeadas.

Seamos honestos: ¿qué valor tiene un "mijita rica" gritado a toda prisa? ¿Realmente existen sujetos que piensen que por esa vía es remotamente posible una conquista? En algún momento tuve la teoría de que en realidad los hombres, cuando están en grupo, dicen piropos para competir entre ellos; es una de esas incomprensibles maneras que tienen de lucirse con los pares. Pero entonces, ¿cómo se explica que haya idiotas, como el que me topé ese día, dispuestos a decir una imbecilidad (del más grueso calibre, además) sin que haya otros testigos?

Aun cuando estoy absolutamente convencida de que es un serio problema neuronal que aqueja a algunos ejemplares, también creo que la impunidad con que las mujeres dejamos que ellos vociferen sus excesos de testosterona y de imaginación empeora el cuadro. La mayoría de las veces nos hacemos las desentendidas, o, en el mejor de los casos, los miramos con desprecio, desprecio que a ellos les da lo mismo.

Una vez, hastiada de los "Ssssssssss", "rica", "guagüita" y afines que un cuidador de autos, vecino a mi trabajo, me prodigaba de ida y vuelta (más las salidas a comprar), me detuve en seco y lo increpé. "¿Me quiere decir algo? ¿Somos amigos? ¿nos conocemos? ¿tenemos algo que hablar?", lo desafié con odio. El tipo se enterró dentrás de su diario, murmuró un "no", y yo -con mi enfático tono de voz- seguí: "A mí también me parece que no. Así que no lo quiero volver a escuchar nunca más. ¿Está claro?". Asintió, rojo. Y se transformó en mudo. Luego cambiaron al estacionador y parece que tengo afinidad con el rubro, porque sucedió lo mismo. Vuelta a retarlo y todo lo demás. El problema es que uno no tiene siempre tiempo para estas operaciones y la mayoría del tiempo el apuro puede más.

También es cierto que alguna vez me han dicho piropos creativos y que merecen una sonrisa. Recuerdo dos. Uno, fue llegando a mi casa. Un tipo, apuntando el suelo, me dice "señorita, mire lo que se le cayó". Evidentemente me detuve y miré. "El envoltorio", fue el remate. Y me pareció divertido. El otro fue en Argentina. Un chico pasó por mi lado -yo iba vestida de negro- y él dijo "¿quién se habrá muerto, que hasta los ángeles andan de luto?". Fino.

En otro orden, en un libro de Benedetti, aparece un tipo que dice un piropo simpatiquísimo: "Fiftififty: vos ponés la virginidad y yo el espíritu santo".

Pero más allá de las raras excepciones, la mayoría de los piropos no sirven más que para aumentar mi convicción de que muchos hombres siguen cosificándonos de la peor manera y, más encima, creen que eso es una gracia. Ese día en El Bosque, el impacto por la grosería de la frase me impidió hablar. Pero ya decidí que hay asuntos que simplemente no se pueden permitir, y si me lo vuelvo a topar, será tan humillado que no quedará con ganas de volver a decir estupideces. Lo prometo.

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