El Refugio de los Cronopios


"Los cronopios, esos seres desordenados y tibios, dejan los recuerdos sueltos por la casa, entre alegres gritos, y ellos andan por el medio."

Julio Cortázar

viernes, junio 22, 2007

Terapia bilingüe

Drdrdrdricco. No. Grgrgrgrico? No. Dddddddrico. Mmmnno. Dddrrrrrico. Sí, mil veces mejor. Ddrrrico. Eso. ¿Ddrrrico? Rico.

Era muda. Dejó su cofre de palabras guapas en un balcón, las regaló y las tiró al viento. Otras las vació en el inodoro para nunca más. Las que quedaron no las quiso usar. Caminó los meses, boca cerrada, ojos cerrados, invierno abierto. Muda.

El yogui intergaláctico Salió de una biblioteca -cómo no-, de un libro de cómic, de las páginas políticas del Le Monde. Le disparó con una hipermegaultra mirada en francés, y le preguntó a la muda qué buscaba. Ella dudó. Trató de decir algo que él no pudo entender. Una sílaba, una afirmación mínima. Un gemido, un sonido gutural, un maullido tal vez. Trató de decir algo, y algo dijo. Se inclinó en la vereda y recogió una palabra que alguien había botado. Se la puso en la boca y la habló. Mal, pero la habló. Él, que tenía un bolso de palabras que había coleccionado por las calles (varias eran de ella, incluso), se lo prestó. Ella pudo decir de nuevo algunas cosas, y esas pocas cosas se las pudo enseñar.

Él preguntó por la ciudad, y ella la caminó con él. Él sacaba una palabra del bolso y ella la mascaba, la besaba, la definía y se la regalaba. Él le regalaba otras. Citrouille. Vergüenza. Mignon. Estar. Lecher. Tocar. Griffer. Verse. Jouir. Ser.

Cuando tuvieron una casa llena de palabras, las armaron para dormir encima, abrazados. Él la besa con dos lenguas, ella también. Yogui, muda. Se miran hasta gastarse, ansiosos. Ddrrrico. Rico.

martes, junio 12, 2007

Ciudad recuperada


"Une ville devient un univers lorsqu'on aime un seul de ses habitants"

(Una ciudad se convierte en un universo cuando se ama a uno de sus habitantes)

Lawrence Durrell. Justine.

La ciudad parecía el mundo. El fantasma recorría veloz las aceras con ojos de trasnoche perpetuo. Pedalear en las cercanías de tus cotidianeidades pensando que una hoja mínima, un trocito de piedra vertical, un vidrio tinturado, eran lo único que me distanciaba de ti. Saber que bastaba con el botón de "send" para pedir un abrazo virtual o real, para leer un hallazgo, para vomitar confusiones. Esperar que sonara esa campanilla distintiva en un aparato infame. Caminar.

Y acá tu edificio con elefantes, ahí el bar G, que abría historia a cuchillazos, ese parque que te pertenece desde los ojos hacia adentro. Acá una cerca de madera donde hoy sólo un gigantesco bloque encementado (visite piloto). Por esta calle venías, polera roja, paso rápido, a recogerme de francés. En este sitio exacto, los dos lloramos. Ciudad quieta, (de)construida de recuerdos.

Adoquines húmedos y bocas envueltas en vapor se entrecruzan en el invierno de cafés humeantes y guantes de toda hora. En el almacén del turco me parece ver tu sombra y recuerdo que no estás. Santiago ha perdido misterio.

(Si te cuentan que me han visto borracha o tirada en el suelo, no lo creas: tan solo buscaba tus zapatos, o un pedazo de tus huellas).

Hasta que de madrugada, el fantasma se esfuma, y es voz en vivo. Voz que dice un santo y seña. Té. Luego cuatro y diez: una puerta se abre, dos cuerpos extraviados se encuentran y la ciudad parece el mundo otra vez.

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