El Refugio de los Cronopios


"Los cronopios, esos seres desordenados y tibios, dejan los recuerdos sueltos por la casa, entre alegres gritos, y ellos andan por el medio."

Julio Cortázar

lunes, octubre 27, 2008

Milanku


(A Kundera, sea como sea)

"—¿Recuerdas lo que te decía tu mamá?
Yo escucho su voz como si fuera ayer:
“Milanku, basta de bromas. Nadie te comprende.
Ofenderás a todo el mundo y todo el mundo
terminará por odiarte”. ¿Te acuerdas?—Sí —le dije.
Conste que te prevengo. La seriedad te protegía.
Pero sin ella te quedarás desnudo frente a los lobos.
Y tú sabes que ellos, los lobos, te aguardan."

La lentitud. Milan Kundera

Milanku piensa. Solo en su habitación. Tiene, por un lado una obra concreta, una vida entera de escribir en broma sobre lo serio. O a escribir en serio sobre lo que, de tan absurdo, parece chiste. Pero no se ríe. Tiene del otro lado una acusación por delación. La delación, para la gente de izquierda, es una cosa muy fea.

Una cosa muy fea de la que los totalitarismos de derecha y de izquierda se han servido históricamente por igual. Una cosa muy fea que en mi país se usó incluso en los primeros años de democracia. Una cosa muy fea y perversa, porque tanto miedo daba delatar como no delatar. De todos modos no podías saber si era una trampa, si estabas siendo desleal y, de serlo, a quién.

Milanku está confundido. Duda sobre si debe reaccionar con cólera, amenazar con querellas y exigir reparación moral o reírse. Sabe que su obra lo obliga. Que corre el riesgo de comportarse como uno de sus personajes, de traer su literatura a la realidad.

Y hace silencio.

Recuerda la trama de La broma. La historia de Ludvik y su chiste político, que le valió la delación de su novia, la condena del partido y los trabajos militares obligatorios. A su pesar, sonríe. Hay quien dice que la escribió quizas para expurgar su culpa contra ese pobre tipo al que delató en la
residencia estudiantil que estaba a su cargo.

Hay quien dice que lo suplantaron. Que otro fue a denunciar a Dvoracek, y usó el nombre de Kundera. Por celos, dicen. Para que no llegara esa noche a dormir con Militka, de quien el delator verdadero estaba muy enamorado. Tanto que, con Dvoracek condenado a trabajos forzados, se casó con ella. ¿Quién es el más beneficiado -dicen- con esta delación?

Milanku no aclara nada.

Alguien me comenta lo sospechoso de su obsesión contra el totalitarismo. A estas alturas, cualquiera es general.

¿Es verdaderamente sospechoso? ¿Odiar un régimen de terror -por muy socialista que sea- es signo de obsesión, de culpas escondidas? ¿ser condescendiente sería menos sospechoso? ¿No pronunciarse es menos culpable?

La broma se hace cada vez más amarga.

Y si, después de todo, hubiese sido un delator, como miles de otros, ¿no sería al menos un gesto de arrepentimiento dedicar el resto de su vida a escribir y reescribir esa trama de traición, a reescribir el pasado, a cambiarle el guión a ese minuto de pánico y miseria? ¿O es apenas la oscura catarsis, camuflada en la perfección estética, de un alma negra?

Llama a su secretario. Le pide que exija una disculpa del semanario que inició la acusación, que paradójicamente se llama Respekt. Sabe que esta acción lo obliga a actuar con una seriedad que siempre despreció. Sabe que esto lo devuelve violentamente a la escalada de acusaciones, defensas y condenas sin juicio de las que erradamente creyó huir al dejar Praga para vivir en París.

Pero también sabe lo caro que puede costarle el silencio. Sabe, sobre todo, que hacia donde juegue, habrá caído en la trampa. Ya ha quedado, como un zumbido, vibrando la duda.

Solo en tu habitación, Milanku, ¿recuerdas lo que te decía tu mamá?

Porque en un mundo donde la democracia aliviana el juicio de las circunstancias no democráticas, nadie se reconoce siquiera como potencial delator. En la democracia somos todos criaturas libertarias, leales, pulcras, resistentes. Porque sale gratis. En la democracia sólo existen la santa indignación y la superioridad moral. Igual que en los totalitarismos, es esa superioridad moral la que comienza a operar a partir de una versión no confirmada, y Milanku, como su personaje, sabe que reírse de esa superioridad es una broma que, más temprano que tarde, puede costar demasiado.

Porque hay pocas cosas más peligrosas en este mundo que la ciega embiaguez moral.

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NOTA: Yo no sé. Habrá que declararse un inocente, como dice Fito. Yo voto por él, sin que eso signifique nada. Voto por él como he votado por tantos inocentes y por tantos culpables. Voto por él como voté por Lavanderos, y así me fue. Voto por él como vote por muchos que me rompieron, como votaron por mí los que rompí. Voto por él porque, equívoca o no, su literatura me ha ayudado tantos años a biencreer y a descreer. Sabiendo que nada hay más absurdo y necesario que la fe.

Cronopio escuchando Al otro lado del río (Jorge Drexler)

miércoles, octubre 15, 2008

Miedo (2)


Desde que puedo recordar, tuve miedo. De que mi abuelo muriera, de que mis padres se separaran, de quedarme sola, de la oscuridad, de los monstruos bajo la cama. Tuve miedo, cuando mi abuelo murió y mis padres se separaron, de que la vida no fuera más mía, sino que la viviéramos de prestado.

Tuve miedo de decir dictadura, tuve miedo cada vez que fui con mi madre a una protesta, pero más miedo cada vez que ella fue sin mí.

Tuve miedo de que mi gata se muriera desde que la vi por primera vez y hasta que se cayó del cuarto piso y yo misma la ayudé a morir.

Tuve miedo de que mis padres supieran que yo no era una chica modelo. Tuve miedo de que dios se enojara si yo no quería ser virgen, así que por las dudas me enojé yo primero.

Tuve miedo de elegir mal la carrera que probablemente elegí mal, y de ser una cesante perpetua. De morirme de hambre tuve miedo.

Tuve miedo de perder a mis amigos, de perderme a mí misma, de cambiar hasta no reconocerme.

Tuve miedo de traicionar una historia de ocho años por un suicidio seguro, y todavía me estremece el miedo terrible que tuve aquella vez. Tuve miedo de morirme, y cuando me morí tuve miedo de no volver a nacer.

Desde que puedo recordar, tuve miedo.

Hoy día también: de cuando mi abuela falte, de que mis hijos no nazcan, de que mi gata nueva también caiga del balcón. Tengo miedo de equivocarme amando, pero más miedo del miedo a errar. Miedo de no confiar en lo humano, y miedo de confiar. Miedo de que se me olvide escribir, miedo del dinero, y de que me falte, quizás más.

Tengo miedo de perder a mis amigos, de perderme a mí misma, de cambiar hasta no reconocerme.

Miedo a los espejos. Al invierno que se está yendo ahorita, pero volverá. Terror a ser huérfana. Pavor a lo que vendrá. Pánico a lo que no vendrá.

Desde que puedo recordar, tuve miedo. Pero entre temblor y temblor es que me voy palpando entera, sanguínea, profunda, carnal.

Que levante la mano el que haya vivido sin temblar.

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(24 horas después de escribir esto, mi amigo Andrés me dice que todas las fobias son aprendidas. Que nacemos sin miedo. Lo dice así, con una medialuna en sus manos perfectas y sus ojos de almohada-koala-cerrojito-alcancía. Él no sabe lo que yo escribí, pero lo completa.

Esto, Andrés, es un cadáver exquisito, debí decir. Pero estaba atorada de risa y de cheesecake. Será también un poco eso exiliar el temor)

Cronopio escuchando Hand in my pocket (Alanis Morissette)

Y también:

lunes, octubre 06, 2008

Rapsodia por los marginales


Dice Víctor que el ornitorrinco no está hecho de retazos de otros animales, sino que es la génesis morfológica de todos ellos. Que eso plantea Ecco. Pienso en el ornitorrinco como una rapsodia, y me gusta. Dice Víctor que el ornitorrinco no es un monstruo. Y claro, ahí están las categorías.

Entonces le digo que Plutón es un planeta conflictivo, que fue sacado de los libros simplemente porque tiene demasiados vecinos que se le parecen y la categoría se habría chacreado.

Discriminación espacial, como quien dice. Y nos quedamos ahí, mascando pie de limón, perplejos, sabiendo que aunque el mapa no es el territorio, es sólo a través de los arquetipos que le entramos a la realidad.

Lo que hace extraño al ornitorrinco no es el patchwork zoológico, creo; es la no repetición de su colección de rasgos en otras especies. O sea, la particularidad. Lo que hace indeseable a Plutón es lo contrario: la repetición de sus rasgos en infinita cantidad de cuerpos. O sea, la generalidad.

Contrarios y comunes, cuerpo cósmico y bicho comparten calladitos su marginación conceptual.

Cronopio escuchando la bellísima God Help the Outcasts (Alan Menken, parte del soundtrack de El jorobado de Notre Dame, descargable)

Y también:
Bohemian Rapsody (Queen)
Rapsodia Romana 1 (George Enescu)

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