El Refugio de los Cronopios


"Los cronopios, esos seres desordenados y tibios, dejan los recuerdos sueltos por la casa, entre alegres gritos, y ellos andan por el medio."

Julio Cortázar

martes, febrero 27, 2007

Declaración clínica


Mejor, doctor. Sonrío durante el día, nado dos veces por semana, estudio francés, me vacuno. No lloro con las canciones y despierto sin ganas de que sea ayer. Escribo menos, no mando mensajes telefónicos, duermo suficientes horas por noche.

Yo diría que normal, con todas las vaguedades del término. Quiero decir que a veces leo poesía en voz alta y lloro un poco. O me acuesto y reviso cartas antiguas. Digo nombres prohibidos, hablo con los muertos. Me escondo en los lugares públicos, me olvidé de cantar. Cosas así, nimias. Temerle al otoño, guardar en el closet toallas sin usar, hablar con la cafetera, pasar horas mirando las almendras. Nada serio, nada incurable.

El ombligo, aquí. Es el sitio que me sigue doliendo, y creo que la única posibilidad es extirparlo. ¿Existe eso? Me lo temía. Me duele antes de dormir y cuando me baño. Me duele cuando me masturbo o miro fotografías viejas. Me duele en las bibliotecas y en los parques. El resto, bien. No, por eso no se inquiete. En realidad el pulso quedó en otro sitio, con la sangre. Todo bien.

Todavía, sí. Eso es algo que me cuesta manejar. Vienen por cualquier cosa, los temblores. Alguien dice abril y ya está; ¿ve usted? un balcón, una ardilla, un verso. Alguien diciéndome "cariño". La puta luna llena. Perdón. También estoy diciendo menos malas palabras.

¿Una lista de síntomas? No, no demasiado extensa. La fobia-filia por ciertas calles. La tristeza que me hunde cada vez que hace frío y me preparo un té. La ternura del insomnio. El miedo de los sueños. Casi nada. La imposibilidad de cocinar couscous. El hábito de hacer afirmaciones con la entonación de quien pregunta. Las lecturas huérfanas que no pude compartir.

Pero sí, bien. Cada día más sana: no corro por las calles en horas imposibles, la bicicleta siempre me conduce hasta mi casa, ya casi no me importa que el bonsai se haya muerto. Ni que él haya regalado el libro que le regalé. Ni que se caigan las mariposas de mi pared.

¿No le dije? Mucho mejor.

Cronopio escuchando Au coin du monde (Karen Ann)

lunes, febrero 19, 2007

Inventario zoológico


El conejo fue el primero. Se escapó de la cacería y aterrizó en una cama demasiado alta para él. Ellos lo quisieron y lo cuidaron boca adentro, y se inventaron con el conejo historias de miedo que siempre los hicieron reír. El segundo en llegar fue el gato, que se paseaba ronroneando por ombligos y cuellos. El gato silencioso, oscuro y dulce que los hipnotizaba como el humo de lo que solían fumar. El gato trajo pájaros autodeterminados, mariposas que se estacionaban en los vidrios y una ardilla que se quedó. Detrás de la ardilla llegó el león, estremecido, doliente, feroz y vulnerable. Venía con un manojo de espinas en la garganta, cantando, y todo lo que quiso decir no lo habló jamás. La ardilla lo gobernó desde siempre y fue, con su olor a parque y huída, la única nota que rugió.

El invierno congeló a los animales. En el deshielo, asoman los cuerpos de lo que un día existió, espectros salvajes que todavía entierran dientes en noches hondas. Y entre ellos, triunfante, húmedo, se pasea un gusano que no cree en la mariposa de la resurrección.



Cronopio escuchando Pour que l'amour me quitte (Camille)

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