El Refugio de los Cronopios


"Los cronopios, esos seres desordenados y tibios, dejan los recuerdos sueltos por la casa, entre alegres gritos, y ellos andan por el medio."

Julio Cortázar

miércoles, noviembre 24, 2004

El tiempo pasa (que los amigos queden)

Ha sido una semana extraña. Los cumpleaños, traen cosas sorprendentes. Entre ellas, el retorno de gente con la que uno perdió el contacto hace mucho o poco tiempo. Este año, un amigo queridísimo renació de las cenizas. No hablábamos hacía al menos dos años, y lo más terrible es que no fue por ninguna circunstancia atroz, sino simplemente porque dejamos de llamar. Realmente esto de la comunicación instantánea puede ser una ilusión óptica. Lo fácil de cualquier contacto eventual hace que a menudo uno postergue un llamado que podría demorar no más de tres minutos.

Con este renacer de la amistad (que, cuando es verdadera no se pierde, sino que queda estacionada hasta que uno la haga andar de nuevo) llegó la invitación a almorzar, y también el intercambio de noticias. Entre ellas, que a otra amiga, también muy querida, se le murió el papá.

Es entonces, cuando nos llueven novedades de todo tipo, que nos damos cuenta del mucho tiempo que hemos dejado pasar sin intercambiar ni una palabra con esa gente que fue central en nuestras vidas. Me he propuesto reunir al grupo, ya he llamado a la mayoría y creo que la cosa va marchando, pero no puedo evitar cierta rabia conmigo misma.

Y ahora que me junté con el Beto, que conversamos hasta que se nos acalambró la lengua y nos dimos cuenta de que el cariño está intacto, me hago un autollamado para no dejar que los que quiero se alejen. Tanta gente que uno aprende a amar, y que posterga por cualquier idiotez.

Sé que me estoy poniendo como la gente que llora con los comerciales, pero es que a todos nos ha pasado. No hay que ponerse dramáticos: también hay gente que uno conserva contra viento y marea, que nunca se pierde y que sigue en contacto.

Con mis amigos del magíster, el año pasado, teníamos cierta aprensión: temíamos que, pasado el verano en el que casi todos egresaban, no nos veríamos más. Por suerte, la profecía funesta se fue al demonio, pasamos un gran verano viéndonos bastante a menudo, y seguimos un ritmo de contactos que nos permite seguir conectados y cada vez más seguros de que el asunto no se desgranará.

El tema de los amigos es recurrente para mí. Debe ser porque he tenido tantos, y tan buenos. Es raro encontrar a alguien que nunca haya sido traicionado(a) o desilusionado(a) por algún(a) amigo(a). Yo he tenido esa suerte. Así que ya está pasado el aviso y más les vale a todos ustedes que eso siga así.

sábado, noviembre 20, 2004

Los cumpleaños

Estar de cumpleaños me supera. Los preparativos, las preguntas desde todas direcciones, la cantidad de comida dañina, todo eso está muchas veces por sobre mi capacidades. Siempre las fiestas tienen esa doble connotación: por un lado, la felicidad de constatar que hay gente que te aprecia, más allá de tus mil pifias, y que está dispuesta a darte un abrazo en ese día. En el otro extremo, sin embargo, están todos esos balances que uno se hace en fechas emblemáticas.

En mi caso, el cumpleaños fue una fiesta exactamente hasta los 11 años. Desde los 12 en adelante mi panorama cambió. Voy a contar una historia trivial y triste (evite llorar, en lo posible, porque dificulta la lectura). A esa edad mis padres se separaron. Entre todos los asuntos que se desmoronaron en esa decisión estuvieron los cumpleaños, las navidades y los años nuevos. De golpe y porrazo uno no tiene más una familia: tiene dos. Y como el día es sólo uno –y en la mayoría de los casos las horas libres son sólo unas pocas-, siempre hay alguien que queda triste. Y siempre hay una parte de uno que queda sola.

En fin, sin abundar sobre dramas que por lo demás son cada día más cotidianos, el cumpleaños sirve también para inventariar amigos. Confieso que es un procedimiento más o menos cruel, que finalmente puede modificarse a lo largo del año, pero es así. Los que me llaman me quieren, los que no me llaman me olvidaron. Sé que suena un poco fundamentalista, pero sé también que no les extraña, viniendo de mí. O sea que a las doce de la noche del día siguiente, uno cuadra la caja (siempre es bueno dejar pasar un día más para los pajarones que se acordaron tarde, cosa perfectamente factible). Los que no llamaron ni escribieron, ni mandaron saludos con otro, pasan a ocupar el limbo de la amistad. Excepciones hay, y muchas. Por ejemplo, los que se acuerdan todos los días previos y finalmente, la fecha exacta, se la saltan. Esos pequeños cronopios son perdonados instantáneamente.

Un amigo me contó que a él se le había olvidado el cumpleaños de su polola. Así de dramático. Sólo se vino enterar al día siguiente en la noche, cuando su madre, o sea la suegra de la niña, la saludó atrasadamente por su cumpleaños, cosa que desarmó moralmente a mi querido amigo. Ella no le dio mucha importancia, al menos en voz alta (se trata de una mujer a la que habría que levantar un monumento), pero él quedó desarticulado de culpa. Ese mismo amigo, sin embargo, me llamó temprano para mi cumpleaños, y creo que es porque de ahora en adelante, espera que nunca más le suceda algo tan horrible.

Este año, el reciclaje dejó varios heridos y contusos. Principalmente a mí, que me habría encantado que me abrazara toda la gente que amo. Sin embargo, me trajo también otras constataciones afectivas, que todavía me tienen con el alma calentita. Tengo amigos, y de los buenos. Nunca supe en qué minuto me los gané, pero más bien creo que fue gratis, y supongo que darme cuenta de eso fue mi mejor regalo.

Envejecer está lleno de sus contratiempos, pero una de las pocas cosas buenas que trae es que la experiencia da la capacidad de reconocer a la gente de modo más agudo que a los quince. Cuando mi amigo Pancho me hizo ir a su oficina y brindamos con bebidas desechables y unas papas fritas en bolsa; cuando Sergio me abrazó en la cocina de su casa y me dejó compartir con él y la Maca esa fiesta maravillosa; cuando cada una y cada uno me dijo, por teléfono o en vivo –o por MSN- la frase que siempre se dice y que nunca se gasta, sentí que el tiempo a veces juega a favor de las relaciones, y que cumplir imparablemente años se hace menos vertiginoso cuando te toman la mano.

viernes, noviembre 05, 2004

Guía práctica para conquistadores

He leído concienzudamente varios reportajes que dan "recetas" sobre cómo seducir a un hombre o una mujer. El único problema es que las recetas las dan siempre personas del mismo sexo. O sea que "las diez cosas que él ama" y cursilerías por el estilo son en general escritas por una idiota casada que jura que él la ama por las diez únicas tonteras que hace bien. Ok, no siempre es así de estrecho, pero de todos modos se corre el riesgo. Al final, la circulación de datos nunca confirmados entre congéneres termina por complicar más la siempre difícil comunicación entre todos y todas.

Así, por el bien del entendimiento, porque soy solidaria con mis amigos y porque espero que los que lean esto no hagan pasar nunca un mal rato a las chicas con las que alternen, me decidí a desmitificar ciertos aspectos que ellos creen que nos impresionan para bien y en realidad nos ahuyentan. Vamos a lo nuestro.

1.- No al "macho poderoso". Entre los hombres en frecuente el tema del poder. Sus relaciones se estructuran de acuerdo con esa lógica, de manera vertical. A las mujeres las demostraciones de ese tipo nos son indiferentes. O casi. Me explico: es grato que a una la lleven a un lugar bonito, pero es espantoso que el tipo se dedique a ningunear a todos los pobres sujetos que por ahí se cruzan, incluido el camarero y el estacionador de autos. La ostentación de la buena situación financiera, de la superioridad laboral o intelectual puede terminar poniendo al ególatra en la categoría de pelele sin apelaciones.

2.- No ser payaso. Es verdad que a las mujeres nos gustan los hombres divertidos, pero eso dista mucho de ser el florerito de la fiesta, el que no deja hablar a nadie o el que termina haciendo el ridículo. Verbigracia: Eyzaguirre (el ministro) es divertido; Moreira es payaso. Otro: Coco Legrand es divertido; Melame es payaso. ¿Se entiende la idea? Veamos un ejercicio práctico (responder mentalmente): ¿Qué es Nicanor Parra? ¿y Andrés Baile? Correcto. Con ese concepto en mente, pensemos que un hombre que mientras baila hace gestos y pasos humorísticos cada cierto tiempo es divertido. El que se pasea por la pista arrodillado y con la corbata en la frente, no. El que en una reunión acota chistes frente a una historia es gracioso. El que no deja hablar a nadie con sus bromas (de las que se ríe sólo él), no. Todas estas actitudes pueden terminar por ahuyentar a la más bienhumorada acompañante, así que es fundamental tenerlo en cuenta.

3.- Cuida tus modales. En general no se trata de un punto crítico, soy una convencida de que este aspecto se ha ido solucionando, pero sólo por si las moscas, es bueno repetirlo. Nada más matapasiones en una primera cita que un hombre que en lugar de hablar con una, habla con el escote. Tampoco es recomendable asearse las muelas con las uñas ni con la lengua (el sonido que produce eso es algo para salir corriendo), ni escarbarse la nariz aunque sea de manera disimulada. Si alguien está al frente, es IMPOSIBLE que no te vea. No insistas.

4.- Audaz sí, fresco no. Los tiempos han cambiado, de acuerdo. Un poco de audacia puede ser un interesante estímulo para arriesgarse, pero cuando las insinuaciones son demasiado subidas de tono, el efecto es contrario. Un hombre que dice algo que podría ser o no ser ambiguo es agudo y encantador. Un tipo que derechamente se refiere a las posturas de su preferencia, es un desatinado. Un roce tenue en el cuello cuando las cosas van encaminadas, seduce; un agarrón de traste sin decir agua va arriesga un golpe. Importante: no autopromocionarse en materia sexual (como les dije alguna vez, el tamaño sí importa, pero no es necesario proclamar las dimensiones a los cuatro vientos), no "quedarse pegado" mirando a otras mujeres.

5 Nunca tan alternativo. Sé esto que puede sonar confuso. Los hombres, para encantar, tienen que tener algo particular. Eso que algunos llaman "onda", y que una compañera mía, atinadamente, definió como "actitud". Se trata de un estilo propio, no copiado ni adocenado. El problema es cuando el tipo se va en la volada existencial a propósito de asuntos tan nimios como el papel confort o el color de la pintura de la pared. Un hombre inteligente sabe cuándo debe hablar asuntos profundos -y de verdad que se agradece- pero también sabe cuándo reírse del mundo y charlar nimiedades. Nada peor que los filósofos de cuarta categoría que le buscan el punto metafísico a todas las palabras. Expresiones como "sé tú misma", "¿qué es la felicidad?", "lo único importante es el amor" y "el mundo está enfermo" salidas de la nada, pueden no quedar del todo bien, a pesar de las buenas intenciones.

6.- Rájate alguna vez. El mundo de hoy exige igualdad. A estas alturas nadie espera que sea él quien deba pagar cada vez que salen, y lo lógico es compartir gastos, de acuerdo con las posibilidades de ambos. Sin embargo, cuando el asunto de dividir la cuenta se hace completamente "a la europea", en el estilo "me debes cinco pesos de tu bebida", puede causarse una mala impresión. Es un tema sutil, insisto. Que cada uno pague es ideal, pero ser incapaz de invitar ni un pan con mantequilla, o fijarse en quién pagó cien pesos de más, es francamente rasca. Cuando uno está en la universidad, de acuerdo. Cuando se quiere conquistar a una mujer, esos detalles pueden indicar que una está frente a un amarrete de tomo y lomo. Que ella pague de vez en cuando también es importante, y sobre ese particular los remito a una columna muy buena de la Pancha.

Sé que me faltan muchos otros consejos, como no hablar de fútbol todo el tiempo, no narrar todo el prontuario amoroso en la primera cita y otros por el estilo, pero con las recomendaciones anteriores, más todos los encantos que sé que tienen, seguro que tienen éxito. Si les va mal, me cuentan, y les hago la lista de lo que nos gusta.

miércoles, noviembre 03, 2004

En la cuerda floja

Esta vez, la columna está a cargo de mi amigui Pancha Baeza, quien no puede publicarla en su propio blog, puesto que ojos no autorizados podrían leerla. Es mi invitada de honor.

EN LA CUERDA FLOJA
Ya sé que después de la columna de mi segunda cita, todos se preguntaron qué pasó, y por qué nunca más volví a escribir sobre él. Bueno, les cuento que mi gran problema era que el hombre en cuestión se volvió adicto a mi columna, por lo que obviamente no podía hablar absolutamente nada de nuestra pseudo relación.
Sin embargo, ha llegado el momento, gracias a la enorme bondad de la Xime, quien me prestó un espacio en su blog para publicar lo impublicable.
Después de la primera cita, ha habido otras. El fin de semana inmediatamente posterior, me acompañó al cumpleaños de un amigo. (Obviamente, yo ya había conversado con todos, contándoles que era recién mi segunda cita y que por lo tanto no se mandaran la desubicada del año. Por supuesto, se me fue hacerle el comentario al cumpleañero, al cual se le salió una que otra “bromita”, pero todo bien), y el sábado fuimos al cumpleaños de otro amigo. Hasta ahí, todo bien. Los dos días nos quedamos conversando hasta las 5 de la mañana, con lo que se demuestra que mi impresión de la primera cita, de que no podíamos parar la lengua, lejos de menguar se ha ido intensificando con el tiempo, lo cual es una excelente señal.
El tema es que ya a la tercera cita, yo tenía más que claro mi interés en él, por lo que cuando me invitó al cine, yo dije: ¡esta es la mía! Claro, una película medio romanticota, la oscuridad de la sala, una escena violenta que me diera tanto susto como para agarrarle la mano… en fin, el sueño del pibe. Como se imaginarán, (sólo porque es mi vida) nada de eso pasó. La cartelera maldita sólo contaba con una película romántica que la verdad no nos tincó a ninguno de los dos, y la alternativa más entretenida era Arthur. O sea, hombres cortándose la cabeza unos a otros, traición, guerra y venganza. ¿Sexo? Sí, gracias, una pura escena que cortan cuando empieza a ponerse buena la cosa. Bueno, el susodicho del lado se metió tanto en la historia de la película que no me pescó ni en bajada, así que luego de varios acercamientos de mano frustrados por su parte, decidí no pescarlo más y también cachar la historia. Salimos del cine, comentando que en el fondo la película no era tan buena como nuestras expectativas, mientras yo pensaba para mí: mis expectativas sí que no las superó, jajajaj. Luego, nos fuimos a mi casa y nuevamente conversamos hasta las 5 de la mañana.
A medida que avanzaba la semana, me fui dando cuenta de algunos cambios en mi estado de ánimo: risas repentinas, cara de Yoda cuando pienso en él, esperanzas de que me llame, lo busco en mi lista de contactos por msn…en resumen…¡¡me gusta, me encanta, me tiene loca!!!
Ya una vez asumida, decidí jugármela. Los que me conocen, saben que soy de armas tomar, y los que no, ya lo saben. Así que ahí me tenían el viernes pasado, en la puerta de su casa, con un casillero del diablo en una mano y una bolsa de pistachos en la otra. Claro que todo tiene sus límites. Mi idea era llegar, que fuéramos a arrendar una buena película y hasta ahí no más. O sea, nunca tan osada como para acosarlo, aunque las ganas no me las quitaba nadie. Imaginen. El escenario era la comodidad de su propia casa, una buena película y una mujer como yo al lado…y no pasó absolutamente nada. Conversamos, nos tomamos la mitad de la botella de vino, se nos pasó la hora y me fue a dejar a mi casa, despidiéndose con un tierno beso en la mejilla.
De camino a mi quinta cita con este individuo, ya me han entrado un millón de dudas, y he elucubrado las más diversas teorías acerca de su decente comportamiento.
Alternativa 1. No le gusto
Bueno, es una posibilidad, que según mi estado de ánimo se ve más cercana o lejana. O sea, cuando ando optimista, me digo que cómo, que si hemos salido tantas veces no puedo no gustarle, pero en mis días depre creo que es la única altenativa. En todo caso, si es así, es poco y nada lo que puedo hacer, así que pasemos a la otra.
Alternativa 2. La fuerza de la costumbre
He de hacer una confesión, y es que esta es la primera vez que salgo más de una vez con alguien que me gusta sin que me dé un buen beso, o por lo menos, una tomada de mano…¿será que me sorprende conocer a un hombre decente, de esos que antes de tomar la mano piden pololeo?
Alternativa 3. Cree que yo soy decente
Bueno, en otras circunstancias ya le habría agarrado su linda carita y le habría dado un tremendo beso, pero algo me detiene. Claro que hago algunos movimientos tácticos a ver que pasa, pero sutiles…¿pensará que yo soy de las que no da la mano antes de ser polola de alguien? Es bastante improbable luego de leer mis columnas…
Alternativa 4. Su religión no se lo permite
Sí, puede haber algo de eso. Él es de otra religión, y eso puede llevarlo a pensar más de mil veces antes de tirarse a la piscina con una pagana como yo. Si ese es el problema, tampoco puedo hacer nada.
Alternativa 5. Es gay
Creo que es la más improbable, pero la verdad es que en estos tiempos, nada me sorprende.
Alternativa 6. Es romance
Bueno, esta es mi mayor esperanza, y es que sólo lo esté pensando muy bien porque quiere embarcarse en una cosa buena, seria, estable. Recuerdo que cuando Carrie conoció a Aidan, tenía exactamente las mismas dudas que yo, hasta que lo encaró frente a frente y le preguntó si no le gustaba ella. El le dijo que sí, que la adoraba, pero que estaba en proceso de conocerla mejor antes de establecer una relación más seria. ¿Será eso?
En fin, por ahora me quedaré de lo más tranquila. Después de la última cita obviamente le corresponde a él invitarme, así que les contaré en qué termina esta historia. De todas maneras, yo no soy la miss paciencia tampoco, por lo que no esperaré 10 años a que se decida. Si le gusto bien y si no, aplicaré la sabia máxima de mi mamá: Mala cueva dijo el conejo y se cambió de hoyo.

PANCHA

martes, noviembre 02, 2004

El hombre-musculosa

Una de mis grandes amigas me llamó ayer para contarme que su última cita había sido un fracaso. El hombre resultó ser un freak, un machista de primera línea, enamorado de la obediencia y del espíritu militar, de esos tipos que uno se pregunta cómo es posible que sobrevivan en pleno siglo 21. Y sobre todo, que encuentren pareja.

Eso me trajo a la mente una de las peores citas que tuve jamás. Sé que siempre condimento con imaginación las historias, pero juro que esta es íntegramente real (Panchita, para que veas que no eres la única que se encuentra a los subnormales).

Era el verano del 99 y yo estaba recientemente soltera. Después de pololear casi seis años con un mismo individuo, la verdad es que mi disposición era bastante más hacia la diversión que hacia el compromiso. Con mis flamantes 20 años -pordiós, qué cantidad de tiempo ha pasado- partí a la playa en compañía de mi prima menor. En un pub de Algarrobo conocí a un guapo mesero, dulce y simpático, que al final de su turno se fue a sentar con nosotras, sin sacarse su sobrio uniforme de trabajo.

Estudiaba pedagogía en música, o al menos eso fue lo que aseguró. Hacía clases a niños de primero básico, les enseñaba a tocar flauta y guitarra. Por supuesto que me encantó. Hay que considerar que era verano -época en la que nada se toma muy en serio-, estaba en la playa y llevaba demasiado tiempo de exclusividad sentimental como para detenerme a pensar en la conveniencia de concertar una cita con mi ruliento acompañante, así que le pasé mi teléfono cuando me lo pidió y volví a Santiago al día siguiente.

Cuando llegué a mi casa, él ya había llamado tres veces desde Algarrobo y ya mi madre lo odiaba. Ahora pienso que debí escuchar la voz de la experiencia. Los dos días siguientes fueron una verdadera persecución telefónica, que incluyó el recitado de un pésimo poema de su autoría y mi más completo hastío. Anunció que vendría a visitarme en su día libre, y acepté juntarme con él sólo para mandarlo a paseo de frente y cortar el problema de una vez.

Llegué levemente tarde a la estación del metro en la que nos habíamos citado, con una minifalda veraniega y correctamente maquillada (que hubiese decidido darle filo no implicaba rebajar mi imagen). Imagínense mi horror cuando lo veo apoyado en una baranda, echado hacia atrás en su mejor pose de galán de revista porno, y con unos pantalones hiphoperos cuyo tiro le llegaba a la rodilla. Zapatillas enormes, como un par de tanques imponentes y -supongo- hediondísimos. Pelo mojado (¡horror!, como si se lo acabara de humedecer en el lavamanos), lentes cuneteros en la cabeza y (esto es lo peor) una musculosa que le dejaba todas las axilas al aire. Juro que es cierto. Lo juro. Mascaba chicle con la boca abierta.

Creo que nunca más he tenido una sensación de malestar estético como esa vez. Intenté pasar de largo, rápido, y dejarlo plantado (la humillación de saludarlo me parecía intolerable), pero él me vio primero y fue hacia mí con un pegajoso abrazo. Aj. Mientras caminábamos buscando un sitio para almorzar, yo intentaba mantenerme lo más lejos posible del espécimen, que en una tendencia inversamente proporcional a mis deseos, me abrazaba por la cintura cada vez que podía.

Aunque ya no quería ni hablar con él, intenté entablar cierto nivel de diálogo con esta suerte de Illapu sound, pero allí donde yo decía cine, él mencionaba a Jackie Chan, y donde yo enunciaba música, él cantaba a Rá-fa-ga. Salí del local rogando pasar incógnita, seguida de muy cerca por él. Fui a la librería Manantial a comprar un libro, y él quedó embobado frente a una estantería. "Por lo menos algo lee", pensé, y cuando llegué junto a él me mostró la moto que aparecía en la portada de un libro.

Me condené a pasar un par de horas en ese tormento (el tipo había invertido en mí su día libre) y finalmente le mentí que estaba enamorada de mi ex, y que volvería con él cuanto antes. Creo que puso cara de tristeza (no lo recuerdo, en realidad yo no podía sacar la vista de los pelos que se le asomaban por la camiseta), y creo que me pidió que lo pensara. Me fui casi corriendo, y desde entonces no he vuelto a salir con un hombre antes de conocer, al menos aproximadamente, sus gustos.

Aprender a Sentarse con cola

Me quedé con cola. Las elecciones municipales otra vez me dejaron en el bando de los perdedores, y aunque esta vez la derrota fue menos escandalosa, de todos modos me quedo con la sensación de que la mayoría de la gente en mi comuna tomó una mala decisión. ¿Yo equivocarme? No way.

Más allá de mi triste experiencia (por suerte hasta ahora no me ha ido mal en las presidenciales), lo entretenido de todo esto es que los días de elecciones se prestan, entre otras cosas, para coleccionar anécdotas que terminan por alegrarle a uno el mal rato.

En mi mesa, por ejemplo, siempre hay fila. Obviamente es la única en todo el recinto que tiene más de veinte personas esperando su turno para marcar un par de rayas. Pacientemente -no queda otra- me instalo al final del gentío, y ruego que la deshidratación no me mate antes de entrar en la cámara secreta. El recinto es un horno, porque siempre el día de las elecciones es el más caluroso del año.

Detrás mío, una señora con cara de amable inicia una conversación. De puro aburrida y buena persona le sigo la corriente. Hablamos del calor, de la lentitud de la mesa y todos esos lugares comunes que suelen manosearse cuando uno no sabe nada de la otra persona. De pronto, ella dice algo como "al final el único que importa es Cristo Todopoderoso, que gobierna en el Cielo y en la Tierra, ¿verdad?". Y me queda mirando con cara de presión. Intento una salida diplomática, pero no es mi fuerte, y termino respondiéndole que en realidad yo prefiero concentrarme en la elección de personas, porque sobre el gobierno celestial uno no tiene ninguna injerencia práctica. Me observa con expresión de no entender, y por hacer un chiste le digo que sería mejor si también pudiera elegirse a dios. Me río. Ella no. Profundamente ofendida, se lanza en un discurso sobre lo irrespetuosos que somos los jóvenes y cómo el mundo se ha entregado al vicio y al pecado.

Eleva el tono de voz paulatinamente hasta ser un rostro congestionado y vociferante, y yo, mientras tanto, me giro y me hago la desentendida. No estoy para estas vergüenzas. Cuando por fin se queda callada yo ya no quiero hablar con nadie. Una mujer sale de la cámara secreta con sus votos, pero ha pegado la estampilla sobre la colilla con el número de serie. Intenta sacarla, el voto comienza a abrirse y los vocales de mesa gritan a todo pulmón que no puede abrirlo, que vuelva a la urna y lo doble otra vez. Finalmente deposita un estropajo todo roto por los bordes.

Es mi turno, entrego el carnet y me pierdo detrás de la cortina. Voy a marcar mi preferencia y suena mi celular. Está en mi cartera, me demoro mucho tiempo en encontrarlo y, sin pensar en lo que hago, contesto. Mi pololo me pregunta si ya voté y respondo que en eso estoy; afuera, una lluvia de abucheos me hace colgarle rápidamente.

Estoy depositando los votos en la urna cuando una mujer vuelve corriendo y proclama que no ha firmado el registro. La vocal revisa y efectivamente, no ha firmado. Desgraciadamente, las últimas diez personas tampoco han firmado y la mesa detiene sus funciones mientras delibera cómo solucionar el entuerto.

En la tarde, veo a mi suegro con cara apesadumbrada y le pregunto qué le pasa. Me confiesa que olvidó llevar sus lentes al local de votación y que no podía distinguir los nombres. Votó "al achunte".

Al final, la fiesta de la democracia, como dicen los cursis, siempre tiene un buen resto de circo, y lo mejor es tragárselo sin alegar demasiado. En el peor de los casos, le toca a una ser vocal de mesa por decreto o por pajaronería, o aprender a sentarse de medio lado, para no pisarse la cola.

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