El Refugio de los Cronopios


"Los cronopios, esos seres desordenados y tibios, dejan los recuerdos sueltos por la casa, entre alegres gritos, y ellos andan por el medio."

Julio Cortázar

martes, mayo 03, 2005

Besos

Hablando con una amiga acerca de los besos, descubrimos la sorprendente variedad que puede haber, y también la multiplicidad de gustos que se pueden encontrar en la fauna besística. En algún momento pensé hacer un ranking, pero me pareció insoportablemente doloroso para quienes se reconozcan en los últimos lugares, de modo que sólo me quedaré en la subjetividad de mi experiencia, que no es tan amplia como en algún instante me habría gustado, pero es la única que tengo a mano.

Lo primero que debo hacer es confesar una maldad: he rechazado hombres espléndidos sólo porque sus bocas no me gustan. La experiencia más radical en ese sentido, fue un chico, hace más de seis años, que me encantaba. Era inteligente, simpático y no del todo feo. Nos besamos después de una cantidad descomunal de citas, y entonces descubrí algo horrible: sus labios eran demasiado delgados, su lengua demasiado puntuda y su boca demasiado estrecha. En suma, me parecía estar besando a un niño de ocho años, y con esa sensación de pedofilia involuntaria no pude. Me parecía absurdo decirle que nuestra historia estaba condenada porque él tenía una boca espantosa, de modo que inventé algo acerca de la incompatibilidad de personalidades, y lo dejé con cara de pregunta en un paradero. Jamás habría funcionado.

El otro capítulo vino años después, cuando un italiano bellísimo, con cara de gato, alto y poseedor de un acento irresistible, quiso iniciar un romance conmigo. Y yo con él, desde luego. Eso, hasta que constaté que bajo la nariz tenía un cenicero. Un cenicero trasnochado. En mi vida había besado a varios fumadores, pero ninguno ostentaba ese grado de sabor a nicotina, ni exudaba humo ni olía a cigarro mojado o a colillas de la semana anterior. Atroz. Non mi tenere, le rogué, con mi mejor acento de ópera, ante su más absoluto odio. Me perdonarán, pero il mio naso erava piú importante…

Esos fueron los casos extremos. Antes de juzgarme gratis, busquen en sus recuerdos al ser humano que era todo lo que ustedes deseaban, hasta que, de un solo choque de labios, quedó descartado o descartada. A veces, porque la halitosis no se aguantaba. A veces, porque no tenía el buen tino de controlar la cantidad de saliva liberada por beso. O porque los labios eran insoportablemente ásperos. Qué sé yo. Cosas que parecen un detalle en ese universo que es cada persona, pero como no andamos de filántropos por ahí, han bastado para borrar al candidato o candidata de un plumazo.

Personalmente, he desarrollado un principio que intento no quebrantar, porque cada vez que lo he hecho, me he arrepentido. Es el principio de no besar, bajo ningún punto de vista, a los hombres que tienen los labios demasiado finos. No hay caso. Me cargan. Habrá quienes disfruten de esa sutil superficie, no me cabe duda, pero a mí denme los que tienen labios con propiedad. Tampoco se trata de que busque al negro de los monitos animados, pero unos labios gorditos, de buena consistencia, son siempre el estímulo imprescindible. He descubierto que –seguramente por razones anatómicas propias- me acomodan los hombres de bocas generosas. Me encantan las sonrisas amplias, las bocas anchas, los labios que ceden como almohadillas en miniatura.

En cuanto a la saliva, creo que depende del gusto y del momento, pero siempre están (o estamos, tendría que preguntar) los desatinados que no saben dosificar, y en el primer acercamiento te dejan como después de un contacto del tercer tipo con Oddie. O los que son incapaces de dejarse llevar por la pasión, y en los momentos más desenfrenados, no pasan del desabrido “piquito”.

Ya sé que en este momento están pensando que soy una inconformista. Además, corro el riesgo de tener que comerme mis palabras con limón si a algún besado le da por pelarme. Pero no todo son críticas. Me he topado con chicos que sí saben lo que hacen. Que tienen bocas tentadoras y que saben usarlas. Que huelen a hombres y a buenos augurios. Que se acercan de a poquito cuando la luna está llena, que golpean con un mordisco cuando la pasión asedia. Chicos que juegan sabiamente, que se detienen entre medio, que alternan los besos cortos con los largos, que pueblan desde la comisura hasta los dientes y que la dejan a una con los labios partidos y sonrientes.

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