Persistencia de los gatos en
la literatura ultramoderna
(O cómo los guiños son
jodidamente hermosos)
Cuando prometió presentarle al futuro amor de su vida, ella no le quiso creer. Le dolió que fuera él quien le ofertara romances con otros, pero se calló, torpe cronopio cronopio. Cuando, días después, el galán prometido salió de una bolsa, y era un gato adorable que figuraba en la portada de un cuento para niños (Yo Milton), ella volvió a creer. Se desdolió y lo reconoció en sus encantamientos de (G)ato.
Vio el autoguiño, una historia completa de escucharse, crearse, inventarse y reírse-llorarse. Vio un gato ronroneando en su ombligo, encaramado en un balcón, vio rasguños sanadores y oscuros, vio silencios migratorios por los tejados. Vio toda la felinidad de sus acercamientos, las horas madrugadas, los insomnios convocados, las noches frente a la estufa y las castañas recién hechas que él le daba de comer.
Abre el libro infantil, súbitamente lleno de ellos. Joder con las bellísimas sorpresas de la narrativa ultramoderna, piensa, y se pone a ronronear.
Vio el autoguiño, una historia completa de escucharse, crearse, inventarse y reírse-llorarse. Vio un gato ronroneando en su ombligo, encaramado en un balcón, vio rasguños sanadores y oscuros, vio silencios migratorios por los tejados. Vio toda la felinidad de sus acercamientos, las horas madrugadas, los insomnios convocados, las noches frente a la estufa y las castañas recién hechas que él le daba de comer.
Abre el libro infantil, súbitamente lleno de ellos. Joder con las bellísimas sorpresas de la narrativa ultramoderna, piensa, y se pone a ronronear.
Cronopio escuchando
Everybody wants to be a cat (The Aristocats)