El Refugio de los Cronopios


"Los cronopios, esos seres desordenados y tibios, dejan los recuerdos sueltos por la casa, entre alegres gritos, y ellos andan por el medio."

Julio Cortázar

lunes, septiembre 24, 2007

El síndrome del codo desviado


Le digo que me duelen los codos. Mucho. Me mira serio, antes de tomar su café, examina mis brazos y dice que tengo el síndrome del codo desviado. Que el izquierdo va a pasar irremediablemente al derecho, y viceversa. Y se ríe.

Después las rodillas también se invertirán, adivino. Entonces se me desviará el corazón a las pupilas, otra vez, y el alma a los oídos. Con el cerebro en el culo, y la mierda en las venas, reconoceré los ojos en los puños cerrados, la boca en la espalda, los dientes en el sexo. Tendré los recuerdos en la lengua, y la risa en los pies. Ai, no.

Me sobo los codos, calladita. ¿Te parece si pedimos la cuenta?

miércoles, septiembre 05, 2007

Esquizofrenia


"Rompió una lanza por la risa
pero no tiene prisa
y se ríe muy poco.

Va a decidir qué hacer
cuando no sople más viento
no sabe distinguir el amor
de cualquier sentimiento."

(Andrés Calamaro)

El problema fue querer decirle. El problema fue escucharla con su ternura y sus palabras de plomo. El problema fue aceptar una pregunta que, ay, la lanza al fondo del abismo con todos los vértigos correspondientes. Porque ella tiene razón con esto de la esquizofrenia emocional.

Un día por MSN descubre el diagnóstico y toma conciencia de ser un agujero negro, un vidrio quebrado, una respuesta sin pregunta. Una lupa desenfocada. Un vacío irremediable. La más prolija en el oficio de idiota desamparada.

Y no deja de mentir. Y no deja de decir. Y no deja de callarse, la esquizofrénica, y no deja de estar quieta en su enorme contradicción de movimientos instantánteos que se anulan.

El problema fue creer que las palabras son inocentes (perras negras). El problema fue pensar que la ignorancia es inocente. El problema fue creer que ella, aún culpándose, sabiéndose, mirándose, era capaz de inocencia. La esquizofrénica. Y como gotas de todo en un enorme bloque de nada, se palpa sinsustancia y se duele en su eco.

No sirven las colecciones, dice la esquizofrénica. Tampoco son inocentes. Y empieza, frente al espejo, a deshojar máscaras que le duelen como su propio rostro, pero nunca llega al final del striptease: la luz le pega directo en los ojos y ella tiene demasiado miedo de mirar.
Y también: Rastros (Guille Arancibia)

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