"Rompió una lanza por la risa pero no tiene prisay se ríe muy poco.
Va a decidir qué hacer
cuando no sople más viento
no sabe distinguir el amor
de cualquier sentimiento."
(Andrés Calamaro)
El problema fue querer decirle. El problema fue escucharla con su ternura y sus palabras de plomo. El problema fue aceptar una pregunta que, ay, la lanza al fondo del abismo con todos los vértigos correspondientes. Porque ella tiene razón con esto de la esquizofrenia emocional.
Un día por MSN descubre el diagnóstico y toma conciencia de ser un agujero negro, un vidrio quebrado, una respuesta sin pregunta. Una lupa desenfocada. Un vacío irremediable. La más prolija en el oficio de idiota desamparada.
Y no deja de mentir. Y no deja de decir. Y no deja de callarse, la esquizofrénica, y no deja de estar quieta en su enorme contradicción de movimientos instantánteos que se anulan.
El problema fue creer que las palabras son inocentes (perras negras). El problema fue pensar que la ignorancia es inocente. El problema fue creer que ella, aún culpándose, sabiéndose, mirándose, era capaz de inocencia. La esquizofrénica. Y como gotas de todo en un enorme bloque de nada, se palpa sinsustancia y se duele en su eco.
No sirven las colecciones, dice la esquizofrénica. Tampoco son inocentes. Y empieza, frente al espejo, a deshojar máscaras que le duelen como su propio rostro, pero nunca llega al final del striptease: la luz le pega directo en los ojos y ella tiene demasiado miedo de mirar.
Y también: Rastros (Guille Arancibia)