Crónica invertida de un insomnio

El tercer y definitivo error fue exhibir –culpa del alcohol- cierta locuacidad malsana, lo que reavivó aquella confusión evitada por tantos meses. Ella trajo su diario de vida. Leyó un par de párrafos de cierto ingenio, pero definitivamente desconsolados. Él se apropió del cuaderno y comenzó a leer. Él estaba allí despedazado, juzgado, endiosado, llorado, manoseado. Fuck off.
Le dio pudor. Le dio lástima.
Si hubiese estado sobrio tal vez habría tenido también algo de rabia, pero el chardonnay le enrojeció los ojos y como un estúpido se dejó abrazar. Como un estúpido se dejó mirar en su conmoción, y la besó, anda a saber tú por qué. Por pena. Por ebriedad. Y le gustó. Se vio a sí mismo sobre ese cuerpo blanco y gimiente, naufragando en el vacío de la ansiedad, la nostalgia y la imposibilidad de entregar(se). Se vio fumando solo frente al balcón, extrañando ese cuerpo inesperado, indeseado, intruso. Se vio escribiendo horribles cartas declarativas y explcativas. Se vio de todos esos modos en un segundo y la separó de sus labios sin una buena excusa.
Trató de decirle que el rigor nunca debió haber llegado, pero ya que estaba ahí con todos esos grados alcohólicos, no sabía dónde quería estar. Adentro. O lejos. Quién sabe. No habló. “Me voy huyendo”, asumió, y ella también. Cerró la puerta odiándola, odiándose. Entró en el ascensor.