Prohibido morir

Justo cuando uno piensa que ha conocido el colmo de la idiotez, algo llega a subir el parámetro, y pienso que, por una vez, lo más probable es que las personas estén felices de cumplir con la ley, y los que contravengan la norma, lo harán, seguramente, de modo involuntario. ¿Qué pasará con los suicidas frustrados? ¿Los encarcelarán, además?
Pero los que crean que es una estupidez gratuita se equivocan; de esta manera tan fascista, el alcalde quería solucionar un problema serio: en el cementerio de la ciudad no cabe ni una maldita tumba más. Tampoco se puede construir otro, porque la ciudad ya está completamente edificada. Así que el que se muera, que es un delincuente, no tiene derecho a honras ni nada.
Si a mí me preguntan, estoy por creer que todo esto es un mal entendido, una ironía del alcalde. Por más crítica que sea, tiendo a no explicarme estas cosas tan irrracionales, y me imagino, en cambio, un diálogo previo entre las autoridades de la nación, el ministerio de obras públicas o algo así, y el alcalde desesperado, porque se le viene un embotellamiento de muertos de padre y señor mío. En esa conversación hipotética, el alcalde dijo 'sáquenme de este cacho, dénme una solución' y el ministro o el presidente, vaya a saber uno, le dijo 'la norma es clara, no hay más espacio' y entonces el alcalde ya enfurecido: '¿Y qué quiere?¿Que le prohíba a la gente que muera?' y el otro, petulante e inconmovible: 'no es una mala idea'. Y entonces el alcalde -que en este momento ya no es un idiota, sino un paladín de los fallecidos-, pensó 'este muerto no lo cargo yo', y nada más llegar a su municipio dictó la norma, a ver si son tan hombres estos carajos.
Como bonus track, se me ocurre mandarle al alcalde Las intermitencias de la muerte , de Saramago, un libro en el que la flaca de la guadaña decide no llegar más a un país. Si esa anoréxica caprichosa y ese alcalde coincidieran, prometo que me iría a vivir allí. Aunque fuera por un tiempo.