Contra las cadenas alimentarias

El extra sabe rugir. Hace un sonido parecido al de los lobos furiosos en las películas, tal vez dándose aires de salvaje, pero en realidad a ella le parece de pronto, a la luz de la luna en desgaste, una hiena y punto. Nada contra las hienas, por cierto, salvo que alguien, alguna vez, decidió que ella era en verdad una leona. Y aún en este momento de ver el rostro afiladísimo y lleno de dientes del extra abalanzándose sobre su carne, le parece que lo que está sucediendo es adecuado.
Adecuado, porque las hienas sólo comen lo que ha muerto hace un tiempo, lo que se descompone, lo que no es más. Adecuado, porque confirma la sensación de gusanos en el alma.
"Entonces sí estoy muerta", piensa, y deja que el extra se pasee por la carroña a placer, con la indiferencia de un bistec en la sabana. Entiende de súbito que las cadenas alimentarias a veces se trastocan, y que puede una ardilla huidiza asesinar a un depredador con el roer de dientecillos diminutos, con ojos de síntesis, con silencios estridentes. Que puede un asesino redento ser voluntariamente despedazado en las puertas de la primavera, sin nada más que un rugir ajeno, unos ojos ausentes y unas encías que no paran de sangrar.