Declaración clínica

Yo diría que normal, con todas las vaguedades del término. Quiero decir que a veces leo poesía en voz alta y lloro un poco. O me acuesto y reviso cartas antiguas. Digo nombres prohibidos, hablo con los muertos. Me escondo en los lugares públicos, me olvidé de cantar. Cosas así, nimias. Temerle al otoño, guardar en el closet toallas sin usar, hablar con la cafetera, pasar horas mirando las almendras. Nada serio, nada incurable.
El ombligo, aquí. Es el sitio que me sigue doliendo, y creo que la única posibilidad es extirparlo. ¿Existe eso? Me lo temía. Me duele antes de dormir y cuando me baño. Me duele cuando me masturbo o miro fotografías viejas. Me duele en las bibliotecas y en los parques. El resto, bien. No, por eso no se inquiete. En realidad el pulso quedó en otro sitio, con la sangre. Todo bien.
Todavía, sí. Eso es algo que me cuesta manejar. Vienen por cualquier cosa, los temblores. Alguien dice abril y ya está; ¿ve usted? un balcón, una ardilla, un verso. Alguien diciéndome "cariño". La puta luna llena. Perdón. También estoy diciendo menos malas palabras.
¿Una lista de síntomas? No, no demasiado extensa. La fobia-filia por ciertas calles. La tristeza que me hunde cada vez que hace frío y me preparo un té. La ternura del insomnio. El miedo de los sueños. Casi nada. La imposibilidad de cocinar couscous. El hábito de hacer afirmaciones con la entonación de quien pregunta. Las lecturas huérfanas que no pude compartir.
Pero sí, bien. Cada día más sana: no corro por las calles en horas imposibles, la bicicleta siempre me conduce hasta mi casa, ya casi no me importa que el bonsai se haya muerto. Ni que él haya regalado el libro que le regalé. Ni que se caigan las mariposas de mi pared.
¿No le dije? Mucho mejor.