Milanku

"—¿Recuerdas lo que te decía tu mamá?
Yo escucho su voz como si fuera ayer:
“Milanku, basta de bromas. Nadie te comprende.
Ofenderás a todo el mundo y todo el mundo
terminará por odiarte”. ¿Te acuerdas?—Sí —le dije.
Conste que te prevengo. La seriedad te protegía.
Pero sin ella te quedarás desnudo frente a los lobos.
Y tú sabes que ellos, los lobos, te aguardan."
La lentitud. Milan Kundera
Milanku piensa. Solo en su habitación. Tiene, por un lado una obra concreta, una vida entera de escribir en broma sobre lo serio. O a escribir en serio sobre lo que, de tan absurdo, parece chiste. Pero no se ríe. Tiene del otro lado una acusación por delación. La delación, para la gente de izquierda, es una cosa muy fea.
Una cosa muy fea de la que los totalitarismos de derecha y de izquierda se han servido históricamente por igual. Una cosa muy fea que en mi país se usó incluso en los primeros años de democracia. Una cosa muy fea y perversa, porque tanto miedo daba delatar como no delatar. De todos modos no podías saber si era una trampa, si estabas siendo desleal y, de serlo, a quién.
Milanku está confundido. Duda sobre si debe reaccionar con cólera, amenazar con querellas y exigir reparación moral o reírse. Sabe que su obra lo obliga. Que corre el riesgo de comportarse como uno de sus personajes, de traer su literatura a la realidad.
Y hace silencio.
Recuerda la trama de La broma. La historia de Ludvik y su chiste político, que le valió la delación de su novia, la condena del partido y los trabajos militares obligatorios. A su pesar, sonríe. Hay quien dice que la escribió quizas para expurgar su culpa contra ese pobre tipo al que delató en la
residencia estudiantil que estaba a su cargo.
Milanku no aclara nada.
¿Es verdaderamente sospechoso? ¿Odiar un régimen de terror -por muy socialista que sea- es signo de obsesión, de culpas escondidas? ¿ser condescendiente sería menos sospechoso? ¿No pronunciarse es menos culpable?
La broma se hace cada vez más amarga.
Y si, después de todo, hubiese sido un delator, como miles de otros, ¿no sería al menos un gesto de arrepentimiento dedicar el resto de su vida a escribir y reescribir esa trama de traición, a reescribir el pasado, a cambiarle el guión a ese minuto de pánico y miseria? ¿O es apenas la oscura catarsis, camuflada en la perfección estética, de un alma negra?
Llama a su secretario. Le pide que exija una disculpa del semanario que inició la acusación, que paradójicamente se llama Respekt. Sabe que esta acción lo obliga a actuar con una seriedad que siempre despreció. Sabe que esto lo devuelve violentamente a la escalada de acusaciones, defensas y condenas sin juicio de las que erradamente creyó huir al dejar Praga para vivir en París.
Pero también sabe lo caro que puede costarle el silencio. Sabe, sobre todo, que hacia donde juegue, habrá caído en la trampa. Ya ha quedado, como un zumbido, vibrando la duda.
Solo en tu habitación, Milanku, ¿recuerdas lo que te decía tu mamá?
Porque hay pocas cosas más peligrosas en este mundo que la ciega embiaguez moral.
Cronopio escuchando Al otro lado del río (Jorge Drexler)