Pesadillas (II)

A mi ángel de la guarda particular
que creí no acabaría nunca.
Sueños como picotazos de memoria en el alma
tan antiguos que ni existieron ya
dolorosos quién sabe por qué
y te plantan de ojos abiertos en la oscuridad.
Alguien me cose y descose
me inventa una nueva cara
soy de estopa y trapo
y las costuras son gruesas como cicatrices.
Alguien entra en mi casa
se lleva lo que quiere
se lleva lo que quiero
lo dejo
para que no me mate.
Alguien ordena mi captura
y mi infelicidad
al borde de una vitrina comercial.
Todas estas cosas suceden en una misma madrugada
antes de que en el reloj las cuatro.
Pienso escribirte un mensaje
que diga MIEDO
pero me da miedo
no escribo nada.
Esto es por la terapia, pienso y no calma.
La noche afuera de mi ventana está electrificada: gritan, conversan, ladran, se escucha una sirena.
Adentro de mi casa, las sombras se crecen, hay ruidos en cada habitación y sé que no estoy sola. Sé que los espectros han salido de mí y están registrándolo todo. Si se llevan algo, pienso, que no sea para venderlo en la esquina por droga.
En noches así urge tomar tu mano, rozar tu pie, sentir el contacto que te rapta del abismo y del terror infantil al que has regresado.
Pienso: me estoy mejorando: mi alma está vomitando. Quiero alegrarme, pero las sombras se mueven y sé que quedan muchas noches de delirio antes del alta.
Cronopio escuchando Nana naneta (Rosa Zaragoza)