
La soledad es como el tiempo: relativa. Y cabrona, cuando quiere. El pintor me escribe: "ya no me daña tanto sentirme solo". Eso significa que ya duele menos el nombre que tiene su soledad.
Porque el verdadero problema son los nombres.
El problema es que cuando te duele la soledad, casi siempre pasa que te duele una ausencia.
- ¿Ustedes están solas porque quieren, porque nadie las quiere o porque son mañosas?
Así preguntaba una esperanza el año en que la dientona y yo nos morimos. Estábamos solas porque teníamos un espacio en la panza con una huella digital. Estábamos solas porque adonde miraras veías un fantasma, porque había espejos terribles en cada esquina, reflejando lo que ya no iba a pasar.
Porque uno puede ser un circuito cortado, una conexión estropeada, una foto con palta. Uno es uno que no existe, o que se descascara, o que se arruga hasta no leerse ni una puta vocal.
Pero otras veces uno es algo mejor. Otras veces eres una novela entera, y tiene sentido. Otras veces eres una luz que se desplaza y suena. Otras veces te despiertas y hay amigos que te invitan a desayunar o libros que no te dejan dormir.
Y no te quedan ausencias en el papel mural.
Y no te queda ningún pendiente en la nómina de llantos.
Esas veces, si cierras los ojos, te encuentras a ti misma abrazándote cuando alguien te dice soledad. Entonces le soplas un beso en la nariz a esa palabreja rara, y ella se ríe contigo, calladita, y ya no grita más.