El Refugio de los Cronopios


"Los cronopios, esos seres desordenados y tibios, dejan los recuerdos sueltos por la casa, entre alegres gritos, y ellos andan por el medio."

Julio Cortázar

lunes, marzo 28, 2005

La nebulosa de Gabriela

A veces me da vergüenza ser chilena. De verdad. Y no quiero manosear los lugares comunes, eso de que el shileno es ladrón flojo y hediondo, porque creo que esa tipificación que encasilla a todo el mundo en un prototipo sí que es chilena.

Lo que pasa es que hay modos en que aflora el amor patrio que dan ganas de llorar. Más allá del típico mito de que tenemos la mejor bandera y el segundo mejor himno –según nadie sabe quién-, hay otras cosas que nos caracterizan en nuestro inocente y agotador chauvinismo.

Hoy, por ejemplo, un diario –pésimo, es cierto, pero es el más leído- aseguraba que hay una nebulosa que es igual a Gabriela Mistral. ¿Lo pueden creer? ¡UNA NEBULOSA! Como si se tratase de la venida de la hija de dios, o de un extrañísimo designio cósmico, resulta que nuestra poeta nobel está grabada en el cosmos, es una cara estelar que hace indesmentible el destino grandioso que tenía nuestra talentosa y monocorde Lucila.

La “noticia” va acompañada de una foto de perfil de la escritora, y con una toma satelital de la nebulosa en cuestión. Por supuesto que con algún esfuerzo y achicando los ojos uno puede llegar a encontrar que la foto se parece a un rostro humano, pero de ahí a distinguir la cara de Gabriela Mistral hay un abismo. Es tan posible como ver a la virgen con San José en un burrito cuando hay luna llena, o una cara de la virgen en una pierna de jamón serrano. En fin, esas cosas en las que algunos insisten.

Lo más trágico del asunto es que hubo gente que se lo tomó en serio. Para los científicos –descubrieron la nebulosa en un observatorio del Cerro Tololo- se trató de una anécdota, y sirvió para bautizarla con un nombre y no con un número, pero la alcaldesa de Vicuña ya puso una foto grande de ella en la municipalidad.

No termino de explicarme cómo esas informaciones salen a la luz, ni que haya personas insistiendo en ver lo que les mandan que vean, pero si a alguien le interesa la fama fácil, les cuento que en la mariposa que me tatué en la espalda, si la miran al revés y con lupa, se ve a Pablo Neruda comiéndose un caldillo de congrio.

lunes, marzo 14, 2005

Hijos

Debo confesar que estoy preocupada. Últimamente hay alrededor mío un olorcillo a estrógenos en flor que me tiene mareada. Para decirlo en castellano, uno tras otro, y una tras otra, las personas que quiero van embarazando y embarazándose, respectivamente. He soñado varias semanas seguidas con bebés varios, y me siento un poco confundida con este tema recurrente. Siento como que tengo una versión automática de mí misma que pregunta: “¿y cómo te has sentido?”, “¿se mueve mucho?”, o bien: “¿Te dolió demasiado?” “¿cómo se porta?” y cosas así.

Siempre hay que hacer salvedades, desde luego. Quiero decir que de toda esta población que espera(ba) hij@s, hay guaguas que realmente me interesan mucho, como el bebé de mi amigote Pancho. Y otras que me interesan, pero no me quitan el sueño, y con cuyas madres ya, francamente, comienza a aburrirme conversar.

Por más empática que yo sea, no consigo dejar la vida en una conversación sobre reflujo, pañales, mastitis y contracciones. Llámenme rara, pero de verdad me parece mucho más atractivo centrarme en otras cosas. Supongo que es por eso que mis amigas con guagua en camino me dejan de llamar, y viceversa. Sé que estoy siendo horriblemente egoísta. Lo más seguro es que cuando quede embarazada mis únicos intereses girarán en torno a las nauseas, la estimulación temprana y los chanchitos.

De hecho, creo que he vivido un extraño proceso inverso. A los 21 años, el tema de los hijos me apasionaba, y disfruté el nacimiento de mi sobrino, el de la Fran y poco después el de Diego Lizama. Pero a medida que más y más gente se ha sumado al grupo de “somos felices padres”, menos ganas tengo de entrar en la dinámica, y a estas alturas, ya estoy francamente asustada por la epidemia.

Hay que decir que las preguntas tipo “¿y tú, cuándo vas a tener uno?” y las caras de ruego de mis suegros no ayudan demasiado. Ellos sueñan con un(a) nieto(a), mientras yo sueño con irme a estudiar fuera de Chile, escribir, meterme en la política. Noto cierta discordancia de intereses.

Alguien me dijo que dos compañeras de universidad se estaban poniendo de acuerdo para tener guagua al mismo tiempo aproximadamente, porque les parecía bonito “vivir juntas esa etapa”. Frente a datos así, más las recurrentes invitaciones a baby showers (el sólo nombre me hace correr a 100 por hora), nadie puede culparme de mi vértigo. Vértigo que, para mi desdicha y la de algún otro, podría culminar con la más rígida política de abstinencia. Hasta nuevo aviso.

miércoles, marzo 02, 2005

Kusturica y yo

Cuando me dijeron que venía Kusturica me pasó algo. No me puse exactamente eufórica, porque su música no es mi estilo, aun cuando creo que es buena y asumo que su banda tiene creatividad y energía de sobra. No he visto todas sus películas, pero Gato Negro Gato Blanco me gustó (eso sí que por momentos la música me impedía disfrutar de la trama) y Underground la encontré genial.

Decía que algo me pasó. Pero debo confesar que era algo de lo más hormonal. Él me gusta. Él. Su actitud en la vida, su cara de reventado y de trasnochar cada día, su olor a bohemia, su pelo revuelto. Me gusta el puro que muerde en las fotos, el ojo que se le cierra de puro coqueto, la arruga profunda que se le hace sobre la nariz. Tiene ese algo que no es belleza, pero que es mucho mejor.

Por esas cosas de la vida –y con todas las intenciones del mundo- logré ir al encuentro que mantuvo con la prensa. En vivo es más feo, desde luego, pero también más real. Se le nota más el pelo revuelto, la ironía, la inteligencia. En suma, me parecía más guapo. Qué manía la de los periodistas de preguntar idioteces. Idioteces que, además, debían ser traducidas al inglés antes de llegar a sus oídos. ¿Cuál es tu película favorita? ¿Qué piensas de los Óscar? ¿Qué polera vas a usar en el concierto? Y él con cara de sueño, con cara de almohada, con cara de colchón.

Pude hacerle una pregunta, no sé si interesante, pero al menos en inglés. Eso me dio una ventaja: podía mirarlo a los ojos mientras hablaba y no a la traductora. Y me dio otra ventaja: él respondió mirándome. O sea que entre pregunta y respuesta fueron unos cuatro minutos de miradas en exclusiva, que rápidamente atesoré en mi cajita de momentos importantes.

Cuatro minutos de una leyenda cinematográfica, de un premiado en todo el mundo, de un inconformista activo, de un viejo exquisito para mí. Salí mareada. No iré a verlo esta noche. No me acredité ni quiero hacerlo. Después de haber tenido cuatro minutos para mí solita, cualquier performance en el escenario sólo sería una pálida réplica. Él me gusta. Él.

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