
Tenía tres años y medio cuando se la regalaron. Fue el mismo día que su abuelo llegó hasta su cama y la despertó para enseñarle a leer. Esa noche, cuando entre sus libros de cuentos jugaba a coleccionar vocales, la encontró, pequeñita, reluciente y bellísima: una máquina de soñar. Ella nunca había visto nada tan lindo. Era, además, un artefacto impredecible, que cambiaba de forma, de color y de tamaño. Fue difícil distinguirla al principio, pero con el tiempo se acostumbró a que tenía los contornos leves y luminosos, lo que la hacía inconfundible. La estrenó soñando que su perro era un caballo, la gata un tigre y las protestas de cacerolas vacías, un carnaval.
La máquina de soñar debía durar toda la infancia, resistir la dictadura, la separación de sus padres y proyectarse hasta las primeras incursiones eróticas de la adolescencia. Nada más. Después de eso, el riesgo estaba en la fatiga de materiales, en las distorsiones de los resultados, en el óxido de los ejes. Pero ella era demasiado cronopio para botarla. Y desobediente. La siguió abriendo cada noche de su vida, aun cuando se aceleró vertiginosamente la producción de pesadillas.
Alguien dice que no tiene sentido de realidad. Puede que sea cierto. Ella se avergüenza de eso un poco, sólo un poco, y en una caja de formica, dentro de un baúl, guarda la idiota su máquina de soñar. Aunque funcione poco, tarde y mal. Aunque marche sin que nadie la prenda, y se ponga a recortarle mordiscos a la verdad. Aunque ya no tenga ni un poco de esmalte, y nadie, ni ella, la pueda reparar. Aunque los engranajes le rasguñen a los ojos, el ombligo, el alma, la rodilla y los pies.
Abre su maquinita y va la idiota, de abismo en abismo, creyendo volar.
Cronopio escuchando Hand in my Pocket (Alanis Morissette)
Y también:
Imagínate (Silvio Rodríguez)
Sueño con serpientes (Silvio Rodríguez)
Sonho meu (Gal Costa y María Bethania)
In the arms of the angels (Sarah Maclahan)